| 24 de marzo

1976-2020: Reflexiones sobre la Memoria, la Verdad y la Justicia

Un Día de la Memoria por la Verdad y la Justicia particular es el que conmemoramos en 2020. No hay marchas. No hay plaza de Mayo con cánticos que recuerden a las víctimas de la última dictadura pero no por ello menos atroz. La memoria no se diluye, más nos interpela a buscar en los recuerdos más íntimos y aquellos pensamientos más recónditos, a 44 años de ese 24 de marzo en el que los argentinos veían, una vez más, a los militares tomar el poder.

Un Día de la Memoria por la Verdad y la Justicia particular es el que conmemoramos en 2020. No hay marchas. No hay plaza de Mayo con cánticos que recuerden a las víctimas de la última dictadura pero no por ello menos atroz. La memoria no se diluye, más nos interpela a buscar en los recuerdos más íntimos y aquellos pensamientos más recónditos, a 44 años de ese 24 de marzo en el que los argentinos veían, una vez más, a los militares tomar el poder. 
 
El 24 de marzo es sinónimo de tragedia para los argentinos. Pero no puede analizado sino es a través de la lente de lo que significó el siglo XX para la democracia. Un 6 de septiembre de 1930, el general José Félix Uriburu derrocaba exitosamente al presidente Hipólito Yrigoyen, de quien se decía que tenía un diario que le armaba exclusivamente su círculo íntimo para no ver una realidad que atiborraba a la gente de a pie. Ya se ceñía sobre las cabezas la espada cuya hora vaticinaba Leopoldo Lugones y cuyo hijo sería recordado tristemente por ser el inventor de la picana eléctrica de la que hacía uso y abuso para descubrir intentonas revolucionarias de los radicales que seguían levantando la bandera de la intransigencia en un país que se acostumbraba al "fraude patriótico", como si el desconocimiento de la voluntad popular y la soberanía del ciudadano tuviesen algo de patriota. 
 
Entre 1930 y 1976 inclusive, se sucedieron golpes, además, en 1943, 1955, 1962, 1966 y 1976. Contra Ramón Castillo, contra Juan Domingo Perón, contra Arturo Frondizi, contra Arturo Illía y contra María Estela Martínez de Perón, respectivamente. La democracia era endeble. Había un empate entre fuerzas democráticas y fuerzas golpistas pero el árbitro siempre tendía a desempatar a favor de quienes golpeaban las puertas de los cuarteles y alegaban imponer el orden de la rutina de oficiales y suboficiales en medio del caos de las asambleas de comité o unidad básica. 
 
El 24 de marzo de 1976 no fue una fecha más dentro de la historia de los golpes de Estado. Los años setenta eran años de inestabilidad, producto de un contexto sumamente complejo en virtud de distintos acontecimientos y procesos que no podemos esquivar a la hora de comprender lo que pasó en esta fecha a la que estamos hoy abocados. Tras el golpe exitoso contra Perón de septiembre del 55, el intento de "desperonización" que especulaban algunos militares se tornaba más violento, con un Perón exiliado y sindicalistas y delegados personales que pretendían ser la voz de alguien cual ventrílocuo de la democracia. Estos intentos mostraron ser infructuosos, sobre todo porque Perón estaba exiliado pero su presencia marcaba el ritmo, destino, las idas y venidas y las vueltas que atravesaba el sistema institucional. 

 
El cordobazo y el viborazo, la influencia alegórica que la revolución cubana generaba en muchedumbres de jóvenes argentinos o el mayo del 68 en Francia, eran símbolos de turbulentos tiempos que marcaban la inserción argentina en el mundo. Cada vez más personas, jóvenes y no tanto, ponderaban y creían que de esta cancha inclinada se salía con la revolución socialista, por las armas, con los dirigentes a la cabeza o con la cabeza de los dirigentes. No había margen para demasiado más. Las primeras organizaciones subversivas harían su aparición y la más popular, Montoneros, inauguraría su discurso del terror con el asesinato de Pedro Eugenio Aramburu, aquel que lideró la conocida también como Revolución Libertadora y con cuyos huesos harían una escalera al cielo para el regreso de Eva Duarte de Perón. 
 
La seguidilla de hechos de violencia no sería menor, más cuando implicaría la acción de organizaciones paralelas, el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), entre otras. Los intentos de generar Estados paralelos, como en la provincia de Tucumán, o el asesinato de miembros de familias como el Guillermina Cabrera, hija de un capitán de Ejército en 1960; el de la hija del almirante Armando Lambruschini de sólo 15 años al estallar una bomba en su domicilio; el del sindicalista de la Confederación General del Trabajo (CGT), José Ignacio Rucci; son sólo algunos de los más conocidos casos de un proceso de violencia que, en términos numéricos, implicó más de 21 mil acciones de la guerrilla, con ocho mil atentados explosivos, secuestros, asesinatos, detonaciones fallidas, copamientos de unidades militares pero también de ciudades y pueblos. 

 
Así llegamos a un 24 de marzo de 1976, con un gobierno peronista que, muerte del fundador y líder del movimiento el 1 de julio de 1974, dejó en manos de su esposa y vicepresidenta el manejo de los destinos del país. Esto dio lugar a una serie de conjeturas (nunca del todo aclaradas) sobre el rol de Perón en la formación de la Alianza Anticomunista Argentina (o Triple A), que sería la antesala del terrorismo de Estado que luego siguió Videla. El caos desatado por la interna gubernamental en las calles mediante armas, muertos y violencia, no sería el momento cúlmine de una escalada que recién iniciaba. Faltaba mucho por ver. Faltaba mucho por sufrir. 

 
La democracia, como vemos, no gozaba de buena salud y mucho menos de buena imagen. No era más que la reivindicación de unos pocos socialdemócratas pasados de moda que no entenderían las motivaciones de los jóvenes socialistas e idealistas que optaban por una revolución socialista. Paradojas del destino: Videla sería un gran aliado de Fidel Castro ya que entre ambos rechazaban la injerencia del gobierno imperialista y de derecha de Jimmy Carter a través de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. Más tarde, también habría buenas migas entre la dictadura militar y la Unión Soviética, en épocas de embargo por la guerra en Afganistán que enfrentaba a estadounidenses y soviéticos; pero también en plena guerra de Malvinas, cuando satélites soviéticos fueron de gran ayuda para el hundimiento de naves británicas por parte de los argentinos. 
 
Poco consenso tenía la democracia, como vemos. Quizá por esto mismo es que uno de los dirigentes que se siguió apegando a la democracia durante la dictadura fue el presidente a partir de 1983: Raúl Ricardo Alfonsín. No sólo había firmado habeas corpus por personas desaparecidas por la dictadura en 1976. Anteriormente, mientras una porción del peronismo se volcaba por las armas, Alfonsín era uno de los líderes morales de Franja Morada y la Juventud Radical, rara avis de la juventud argentina en política. 


 
El resto es historia conocida: intendentes civiles, radicales, peronistas y hasta socialistas que cedieron a la tentación (o vaya a saber a qué presiones) para garantizar el respaldo civil de un régimen autoritario. Sindicalistas y empresarios que a su modo sirvieron a los intereses de quienes optaron por cerrar el Congreso, clausurar partidos políticos, imponer censura previa a los medios de comunicación y hasta se atrevieron a cortar cintas de cassette como si la poesía fuese motivo de rebelión. Y eso sí: Charly García vaticinó que los dinosaurios (efectivamente) iban a desaparecer. 
 
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