El 30 de abril se cierra el plazo para la incorporación al padrón electoral nacional de alrededor de 3 millones de jóvenes de 16 y 17 años que estarían habilitados para votar en los comicios de renovación parlamentaria de octubre de este año. Polémicas en el medio por el uso de recursos del Estado para “atraer” a las huestes kirchneristas de jóvenes permeables a ser arriados cual ganado manso, se han dado y se siguen dando a medida que distintas provincias debaten la adhesión a la Ley que permite a los jóvenes en cuestión votar.
Resulta un tanto sorprendente la oposición de un partido como la Unión Cívica Radical (UCR), cuya bandera política primigenia fue, precisamente, la participación política de quienes se encontraban excluidos en el acceso al ejercicio de la función pública así como también del simple y (hoy elemental) derecho al voto sin interferencias más que aquellas de carácter moral del votante. Si bien existe una lógica clientelar todavía persistente, no es lo más riguroso comparando con la realidad electoral que esa lógica clientelar implique per se una dominación de un aparato electoral capaz de manipular un resultado. La predominancia del voto del cordón del Conurbano Bonaerense a la hora de definir quién va a presidir el país es producto más de la eliminación del Colegio Electoral y la elección uninominal establecida en la reforma constitucional de 1994 que resultado del montaje de una estructura de fraude generalizado. Como planteara el constitucionalista Alberto Dalla Vía, persisten las “travesuras” de los partidos políticos a la hora de la votación o del recuento, pero esas “travesuras” no son de relevancia a efectos de torcer la voluntad popular expresada en el cuarto oscuro cada dos años. Si bien deben transparentarse mecanismos de recuento que minimicen la posibilidad de recurrir a denuncias sobre sospechas de fraude, mediante el voto electrónico o la implementación de la boleta única, además de la eliminación de la “lista sábana”, permitiendo movilidad en las listas y mejor representación de las minorías; puede decirse que los detalles en tanto sean perfectibles para mejorar la eficiencia del proceso no hay riesgo de que sea la voluntad tergiversada como suele plantearse.
Algo por el estilo fue precisamente el fondo argumentativo utilizado por sectores de la oposición para criticar la reforma electoral. Si bien esta incorporación al padrón de tres millones de jóvenes hubiese sido mejor planteada en términos de votar obligatoriamente para evitar suspicacias, no es descabellada la reforma ni hay posibilidades de relevancia de que efectivamente, como se planteó, los jóvenes votantes sean arriados antes de cada elección. Esto implica básicamente, por un lado, desconfiar en la capacidad del votante a la hora de elegir, dando lugar a las teorías económicas de la política tan criticadas desde la óptica socialdemócrata presente en el radicalismo argentino; y, por el otro, aceptar implícitamente que el discurso de los dirigentes de la oposición no cala hondo en el sentir de las demandas de la ciudadanía tal cual hoy se presentan en cada manifestación, como se vio hace escasos días.
Lamentablemente es cierto que existen y perduran bolsones de pobreza estructural que conspiran contra la democracia misma. Es indudable que un sistema democrático que permite esos bolsones no puede considerarse satisfecho con la inclusión. En otros términos, un sistema democrático no es sólo el gobierno del pueblo a través de sus representantes en el marco de un esquema de pesos y contrapesos que impida la prevalencia de un poder sobre el otro y atropelle los derechos, las libertades y las garantías de una minoría o mayoría relativa. Un sistema democrático, al decir de Raúl Alfonsín, debe curar, debe educar, debe dar de comer. Y no es una mera retórica populista “bolivariana” que de tantas “preocupaciones” deja de hacerlo en aquellas más esenciales, como son la justicia, la seguridad y la vida de las personas en búsqueda de su felicidad. Es la capacidad del Estado y de sus actores en forma permanente de generar efectivamente las más diversas instancias de representación y de cobertura de las demandas. Mientras más posibilidades de sumar actores en este esquema de pesos y contrapesos se puedan producir, podremos decir que la democracia se encuentra dando pequeños grandes pasos en procura del bien común.
Desconfiar de la participación electoral de los jóvenes constituye una comparación con la defensa del voto calificado, sea a través del grado de alfabetización de los votantes, sea mediante la propiedad o el status socioeconómico. Partidos de la oposición como el radicalismo, considerada por propios y extraños en distintas etapas de la historia, salvaguarda de la República y de la ciudadanía, hoy probablemente esté sembrando confusión en uno de los ejes que atravesó la dinámica política argentina a lo largo de la historia, como es precisamente la participación política y la ampliación de la base de legitimidad, pilar indispensable de cualquier democracia que se precie de tal.