Francisco Cabrera, presidente de la Fundación Pensar, analizó los 10 años del kirchnerismo, sus logros y sus errores.
A partir de que la presidenta usó la expresión "la década ganada" en su discurso de inauguración de las sesiones ordinarias del Congreso Nacional, desde el kirchnerismo se busca instaurar esa idea. Una mirada más amplia permite ver que los logros K han sido progresivamente pasados por encima por sus errores, cada vez más grandes, los últimos de los cuales llevan serios peligros para la democracia argentina.
El kirchnerismo efectivamente empezó con logros. Como fuerza política, es heredero de la crisis de 2001: la de los cinco presidentes en una semana, la mega-devaluación, la ruptura de contratos, la de la pobreza, el desempleo, la desesperanza. Gracias en parte a la gestión de Eduardo Duhalde en la transición, el kirchnerismo pudo mostrar de manera más o menos rápida la recomposición de la autoridad presidencial y el resurgir de la economía.
Acompañado por altísimos precios de los productos de exportación, tasas bajas y un mundo en crecimiento, sobrevino el "modelo": el del crecimiento a tasas chinas, el de los superávits gemelos, el del crecimiento del empleo y del salario real.
Como tantas otras veces en la historia argentina, el kirchnerismo creyó que esas condiciones y esa manera de gestionar durarían para siempre. Lo mismo pensó el primer peronismo, que recibió todas las oportunidades tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, y el menemismo al encontrar en la convertibilidad una solución para la inflación crónica: Perón intentó corregir el rumbo con el Segundo Plan Quinquenal; Menem siguió adelante hasta el final. El kirchnerismo, en esto, se parece más al menemismo: creyó en la centralización cada vez mayor del poder, hasta hacer de la recomposición del poder presidencial un claro impulso autoritario; y creyó en políticas de expansión económica para todo momento. Lo primero está poniendo en peligro a la democracia argentina y lo segundo llevó al agotamiento del modelo.
El "modelo", tal como lo conocimos, murió en 2007. Desde entonces el crecimiento es cada vez menor, la inflación cada vez mayor y las respuestas del gobierno cada vez más desesperadas. A la inflación respondió con la manipulación del Indec y multas a consultores. A los problemas fiscales respondió con una presión impositiva cada vez mayor, concentrando ingresos a expensas de las provincias, con la expropiación de las AFJP y hasta emitiendo dinero sin respaldo, lo que agravó la inflación. Al déficit externo, a su vez, respondió restringiendo importaciones (lo que afectó a la industria manufacturera por falta de insumos) y con el cepo cambiario (que frenó a la construcción y al mercado inmobiliario).
La pérdida de oportunidades es dolorosa, pero aún podemos crecer. Mucho más peligrosos son los ataques a las instituciones. Obsesionado con recomponer el poder, el kirchnerismo se hizo cada vez más autoritario: a los ejemplos ya mencionados, se suma el armado de multimedios para-estatales, los ataques a la prensa, el abuso de la cadena nacional, la ley anti-terrorista, el acuerdo con Irán y, finalmente, una reforma judicial que busca someter a la Justicia al Poder Ejecutivo.
¿Década ganada? Enamorado de la receta que le dio el éxito inicial, un partido que tiene a la victoria como objetivo nos llevó a perder mucho. Perdimos oportunidades de desarrollo, mientras casi todos los países de la región las aprovechaba. Perdimos instituciones y quedamos con una democracia en peligro.