El llamado caso de gatillo fácil y la polémica suscitada tras la recepción que el presidente Mauricio Macri le hizo al policía Luís Chocobar, que asesinó a un delincuente que le asestó diez puñaladas a un turista estadounidense, mueve las fibras sentimentales más íntimas que no son más que una extensión de la grieta que nos divide a los argentinos y nos ratifica esa máxima que sostiene que el sentido común es el menos común de los sentidos. ¿Un país es normal cuando embarga y repudia a un agente del orden que da la voz de alto y el acuchillador compulsivo prosigue su marcha sin más? ¿De qué nos podemos preciar los argentinos cuando defendemos a un delincuente que no tiene el más mínimo aprecio por la vida de otra persona y criticamos a un efectivo que hace varios disparos y uno de ellos accidentalmente le perfora órganos vitales? El sentido común nos diría que ese disparo accidental que mató al delincuente no se puede comparar con diez apuñaladas asestadas certera y salvajemente para robar un bolso. Pero en Argentina el sentido común es el menos común de los sentidos. María Elena Walsh cantaba que en el Reino del Revés el ladrón es vigilante y otro es juez. ¡Eureka! Argentina es el Reino del Revés.
El Código Penal, en su artículo 34, establece cómo abordar los casos de legítima defensa y cuándo se incurriría en un exceso de ella. Al respecto, sostiene que deben reunirse tres factores, a saber: una agresión ilegítima, una necesidad racional del medio utilizado para impedir o repeler dicha agresión y la falta de provocación por parte de quien se defiende. Así, podemos decir que la legítima defensa no representa más que una justificación que evita que la acción constituya una conducta punible. Sin embargo, abogados penalistas y magistrados han condenado casos por considerar que se ha incurrido en un exceso de legítima defensa. Hay divergencias: para algunos es un intríngulis el hecho de que el juez pueda apreciar con exactitud el peligro de ataque y la naturaleza de los medios empleados, dada la exaltación que produce una lucha en la que el peligro y los medios empleados se desvirtúan. En otras palabras, es la distancia que separa al juez de la realidad, una realidad lejos de la ideal, en parte, por la abundancia de custodios y privilegios que lo separan del ciudadano de a pie que advierte cómo la crudeza de la calle pone en peligro la vida de uno mismo y sus seres queridos.
Foto: Joe Wolek, turista apuñalado en el barrio de La Boca, con uno de los médicos que le salvó la vida, quienes calificaron de "milagro" que siguiera vivo.