Juan Ramón Rallo es Director del Instituto Juan de Mariana (España) y columnista deElCato.org. Juan Ramón obtuvo el tercer lugar en nuestro primer concurso de ensayos Voces de Libertad 2008.
La aparición del nuevo smartphone de Apple ha dado lugar a una intensa polémica sobre cuáles van a ser los efectos de su producción y adquisición masiva por parte de los consumidores estadounidenses. Por un lado, el premio Nobel de Economía, Paul Krugman, ha equiparado las compras desenfranadas de Iphones con un estímulo económico de carácter privado. Por otro, el economista austriaco Pater Tenebrarum toma una posición absolutamente opuesta: decir que el Iphone 5 genera riqueza es caer en la famosa falacia de la ventana rota.
Mi postura es intermedia a la de los dos, si bien algo más cercana a la de Tenebrarum. Como a continuación trataré de explicar, en el fondo ambos economistas tropiezan con el mismo error.
El estímulo privado de Paul Krugman
El Nobel afirma que cualquier persona que piense que las ventas del iPhone estimulan la economía es un “keynesiano”, pues, consciente o inconscientemente, esa persona cree que el problema de la economía no reside en la oferta, sino en la insuficiente demanda. Dice Krugman que “los trabajadores dispuestos y capaces no pueden encontrar empleo porque los empresarios no pueden vender lo bastante para justificar su contratación”, de modo que basta con incentivar un mayor gasto, público o privado, para que se relance la creación de empleo y, en suma, la superación de la crisis.
Huelga decir que Krugman incurre en las típicas simplificaciones de las que muchas veces se acusa, con razón, a los antikeynesianos: La Teoría General es mucho más que un chascarrillo subconsumista que reduce todos los problemas económicos a una insuficiencia de las ventas de bienes de consumo. Para Keynes, el problema fundamental de las economías capitalistas es la insuficiencia crónica de inversión privada debido no, como sostiene Krugman, a una caída del consumo, sino a un enturbiamiento de la rentabilidad esperada de las inversiones (y, en el mundo de Keynes, la eficiencia marginal del capital no depende de la propensión marginal a consumir). Pero bueno, dejando de lado que el keynesiano Paul Krugman no comprenda o no describa adecuadamente a Keynes (para un análisis más amplio de la obra del inglés puede consultarse mi libro Los errores de la vieja Economía), lo cierto es que sí existe una (mala) teoría detrás de los razonamientos del Nobel que conviene desmontar.
Sólo hay dos maneras de adquirir un iPhone 5: O pagándolo con bienes que el comprador ya ha producido y vendido previamente o dejándolo pendiente de pago (deuda). Krugman, y en general el keynesianismo, no distingue adecuadamente entre ambas posibilidades, acaso por reputarlas equivalentes en medio de una depresión (las dos tienen el mismo efecto sobre la demanda), pero sí conviene separarlas. En la primera, el consumidor ya ha fabricado riqueza para el mercado y tiene pendiente de cobro la contraprestación por esa riqueza fabricada (pago al contado); en el segundo, el consumidor todavía no la ha fabricado, sino que espera hacerlo en el futuro (pago diferido).
Keynes siempre concentró su atención en que quienes ya hubiesen generado riqueza no desearan gastarla (en bienes de inversión, no tanto de consumo) sino que, en cambio, optaran por atesorar el dinero. Pero el problema real de nuestras economías procede de un abuso de la demanda basada en la deuda: qué sucede cuándo la estructura productiva de una economía se ha adaptado a atender un volumen desproporcionado de demanda que está basada, en un gran porcentaje, en la asunción expansiva de un volumen de deuda que se teme no vaya a poder amortizarse: porque, por ejemplo, los bienes futuros con que se esperaba repagar ese volumen expansivo de deuda o no vayan a fabricarse o no vayan a poder venderse a precios que permitan amortizar toda la deuda (es lo que sucede en las burbujas de activos, sobre cuya base elástica se erigen pirámides de deuda).
Si lo pensamos bien, el caso de que los agentes económicos sigan generando riqueza pero se nieguen a gastarla es bastante raro: si no consumen, deberían invertir; y si no invierten por no encontrar planes de negocio adecuados, deberían proceder a reducir su endeudamiento; y si no reducen su endeudamiento, deberían incrementar sus saldos de caja, lo que a su vez permitiría que los bancos expandir sus descuentos comerciales y proporcionar liquidez a las empresas productoras de bienes de consumo altamente demandados (recordemos que en la actualidad, los saldos de caja de los agentes suelen tomar la forma de depósitos bancarios y los depósitos son un préstamo al banco que le habilita a incrementar, a su vez, sus préstamos a corto plazo). En este mundo, a efectos de actividad económica, lo mismo da aumentar el consumo que el atesoramiento, pues todo él termina reconduciéndose a generar riqueza para el consumidor presente o futuro.
Pero no parece que nos hallemos en ese escenario. Si se dieran las condiciones temidas por Keynes, deberíamos estar asistiendo a una rápida reducción del endeudamiento de los agentes, a una mejora sustancial de la liquidez del activo de familias y empresas y a una expansión del crédito sano de los bancos. Pero, por el contrario, nos encontramos con familias y empresas quebrando, con una demasiado lenta reducción de la deuda, con saldos de caja concentrados en las unidades productivas más rentables y con un crédito bancario timorato y estancado. Es decir, nos encontramos con un mundo muy parecido a aquel en el que las compras basadas en la deuda colapsan por incapacidad de la estructura productiva para alumbrar las mercancías que permitan un ordenado cumplimiento de todas las obligaciones asumidas por los agentes.
Y, en este contexto, sostener que el endeudamiento familiar o empresarial para adquirir un iPhone 5 estimula la economía es un completo despropósito: si quien se endeuda no puede hacer frente a sus pasivos futuros, la compra de iPhones estimula tanto la economía como lo hicieron las subprime (recalentón cortoplacista que nos aboca al colapso futuro); y si quien se endeuda puede hacer frente a esos adicionales pasivos futuros, lo único que tenemos es un mayor consumo presente a costa de un menor consumo futuro (estímulo cortoplacista).
En suma: de cara a estimular la economía y sacarla de la depresión, las adquisiciones de iPhones o son irrelevantes (cuando se realizan o con producción pasada o con producción futura que sí se generará y comercializará) o contraproducentes (cuando se realizan con producción futura que no llegará a existir o que no podrá venderse).El problema de la economía no es que no se demanda lo suficiente, sino que la estructura financiera de los agentes económicos tiene que readaptarse y estabilizarse en un mundo donde los impagos todavía no han terminado y la estructura productiva de los agentes tiene que readaptarse a un mundo con una demanda basada en la deuda mucho menos basada en la deuda.
La ventana rota de Tenebrarum
Tenebrarum critica a Krugman empleando uno de los argumentos que nosotros hemos utilizado: Que los consumidores no adquieran iPhones 5 no significa que no vayan a comprar otros smartphones u otros bienes de consumo o de inversión. En este sentido, la adquisición de iPhones no añade nada de demanda al mercado: es un caso típico de la falacia de la ventana rota (se ve lo que se adquiere pero no se ve lo que se deja de adquirir).
El argumento de Tenebrarum es, en general, acertado, pero mucho me temo que no ataca la línea de flotación del keynesianismo: para Krugman, el gasto que se realiza en iPhones no procede de la no realización de otros gastos, sino de la no realización de ningún gasto. O dicho de manera menos enrevesada, para Krugman los consumidores que compran un iPhone 5 no dejan de comprar nada, sino que financian su adquisición con cargo a saldos de tesorería que estaban dejando ociosos. Ni Krugman ni Keynes detectan ninguna ventana rota, porque el coste de oportunidad de adquirir un iPhone 5 es dejar de atesorar dinero y ellos reputan nocivo y antieconómico ese atesoramiento de dinero (de nuevo, para un estudio más detallado de las funciones económicas del atesoramiento puede consultarse mi libro Los errores de la vieja Economía).
Mas no me interesa destacar en estos momentos las carencias de la crítica de una de las vertientes de la Escuela Austriaca a Keynes (y a Krugman), cuanto las implicaciones que parecen derivarse del texto de Tenebrarum: Que, en lo relativo a la generación de riqueza, lo mismo da que los consumidores compren un iPhone 5 o un Nokia Lumia o 500 kilos de patatas; unos bienes y otros son intercambiables en tanto implican un mismo volumen de gasto. Quede claro que, aunque Tenebrarum coquetea con esta interpretación, él mismo deja claro que el caso de Apple no encaja bien con la falacia de la ventana rota en la que él mismo ha querido encajarlo: “El iPhone de Apple es ciertamente diferente [a la falacia de la ventana rota] en un punto: El iPhone 5 sí satisface los deseos de los consumidores. Los beneficios de Apple proporcionan suficiente evidencia a este respecto”. Sucede que lo que Tenebrarum considera un obiter dictum a su equiparación de comprar iPhones 5 con destruir el escaparate de un tendero yo lo reputo el aspecto esencial que permite realmente separarnos de toda la neblina keynesiana.
Al cabo, el fin de toda producción es el consumo (presente o futuro). La inversión sólo tiene valor en tanto en cuanto proporcione en cada momento los bienes que los consumidores reputan como más valiosos: Y ese test de mercado sólo es superado cuando esos consumidores están dispuestos a pagar por el bien que se les ofrece un precio superior al coste de oportunidad de haberlo fabricado. Dicho de otra manera, aunque la compra de iPhones 5 no contribuye a generar nueva riqueza, su fabricación sí ha sido posible gracias a la acumulación pasada de riqueza (toda la inversión que realiza Apple con cargo al ahorro que consigue captar) y, sobre todo, sí convalida que toda esa inversión ha sido correctamente realizada. Y cuanto más valioso reputen los consumidores al iPhone (cuanto más estén dispuestos a pagar por él), más acertadas habrán sido las inversiones empresariales de Apple: esto es, más riqueza habrá contribuido a crear la compañía.
Los hay, como el propio Krugman, que afirman que Apple genera riqueza a costa de destruir otra riqueza (por ejemplo, los iPhones 5 vuelven obsoletos los iPhones 4s). Pero semejante argumento sólo olvida que prácticamente todo el progreso económico –sobre todo el de carácter más disruptivo– conlleva la destrucción de otra riqueza acumulada previamente: la invención del automóvil destruyó la “riqueza” acumulada en forma de carruajes; la comercialización futura del Google driverless Car (o cualquiera de sus variantes) destruirá la “riqueza” acumulada en forma de vehículos que requieran de conductor; y la eventual invención de coches-avión destruirá la “riqueza” materializada en Google driverless Cars, en carreteras, autopistas, señales de tráfico, etc. Nada de esto lo vemos como algo anormal o criticable, pero lo único que cambia con respecto a Apple son dos cosas: Una, que el lapso temporal de la innovación disruptiva es mucho más corto en el caso del iPhone (cada año Apple saca un nuevo modelo); dos, que algunos consideramos las innovaciones del iPhone cada vez menos revolucionarias.
Lo primero no es malo (al contrario, ojalá el progreso técnico se acortara cada vez más); y lo segundo es algo que sólo puede decidir soberanamente cada consumidor. ¿Le compensa dejar de comprar cualquier otro bien de consumo (o de inversión) para adquirir un nuevo modelo de iPhone con escasas (o amplísimas, según considere) mejoras incrementales frente al anterior? Si el consumidor responde que sí, es que valora las innovaciones que introduce el iPhone 5 frente al 4S (o a cualquier modelo, de Apple o no, que posea) más que cualquier otra cosa que pueda adquirir con ese dinero. Si responde que no, Apple se comerá los iPhones 5 con patatas y resultará que toda la inversión que ha realizado para crear un nuevo smartphone habrá sido errónea. Cada uno de nosotros vota continuamente entre estas dos opciones en el mercado: De momento, la mayoría de la gente sí observa cambios lo suficientemente sustanciales como para dejar de consumir o de invertir en otros bienes; pero tal vez llegue un momento en que esto deje de ser así. Sólo entonces cabrá decir que Apple ha dejado de generar riqueza: hasta entonces, no.
En definitiva, la venta masiva de iPhones 5 no tiene nada que ver con la falacia de la ventana rota: si el gamberro que destruye el escaparate de un tendero no genera riqueza es porque el tendero no deseaba remplazar el cristal, sino que hubiese preferido adquirir otros bienes distintos con ese dinero. La acción del gamberro conlleva unos costes de oportunidad para el tendero que son superiores a la utilidad que le proporciona un escaparate nuevo (antes de que el gamberro lo rompa). Con el iPhone 5 sucede lo contrario: los consumidores lo siguen reputando más valioso que sus alternativas de gasto y, por tanto, aunque no es la base de la creación de nueva riqueza, sí es su culminación y convalidación.
Al final, el asunto es muy sencillo: ¿Habría generado riqueza Apple si en lugar de presentar el iPhone 5 hubiese comenzado a comercializar un móvil similar al Nokia 3210? No. ¿La habría generado si, en lugar del iPhone 5, hubiese presentado de sopetón el que será dentro de dos décadas el iPhone 20? Sí, y la habría generado en mayor medida que con el iPhone 5. A mayor satisfacción del consumidor, mayor riqueza ha sido capaz de generar una empresa con sus decisiones pasadas de inversión (tal como, por otro lado, se reflejará en sus cuentas de resultados).
Conclusión
Es un defecto propio del keynesiano el fijarse sólo en la corriente monetaria sin plantearse qué hay debajo de la misma. Lo importante, para ellos, es que haya gasto: En qué se gaste es un asunto mucho menos relevante. De ahí que, por ejemplo, los keynesianos promuevan el consumo público o las inversiones en proyectos con rentabilidad negativa. La satisfacción de los consumidores presentes o futuros carece de valor: la única finalidad de un sistema económico es generar empleo en lo que sea. Convendría que la Escuela Austriaca no cayera en esas mismas trampas. Cuando el consumidor elige soberanamente cuándo y qué quiere consumir nos está indicando qué es y qué no es riqueza: qué bienes satisfacen de mejor manera y en cada momento sus necesidades. Reducir la elección libre del consumidor a la falacia de la ventana rota es considerar que, de cara a la generación de riqueza, sus preferencias son, como plantean Keynes y Krugman, irrelevantes. No sólo no lo son, sino que constituyen la pieza angular para distinguir qué es y qué no es riqueza.