La sensación de vulnerabilidad muchas veces nos lleva a exigir respuestas efectistas que no por eso son eficaces. Una pandemia que nos hace revivir esa sensación de indefensión al punto más primitivo de supervivencia más propio del hombre de las cavernas que del hombre del siglo XXI no es más que un deja vu de nuestras almas que nos obliga a reflexionar sobre el ritmo de vida que llevamos. El avance sobre bosques, la contaminación de nuestros por dióxido de carbono, las islas de plástico que se ciernen sobre porciones de los océanos, especies que creíamos tan vivas de repente se extinguen y pasan a ser parte de la historia: el hombre deja de ser la topadora que avanza con todo lo que encuentra a su paso y redescubre su transitoriedad en el universo y sobre la faz de la tierra.
Probablemente 2020 sea el año en que, al finalizar, lo rememoremos como esa unidad de tiempo que nos llevó a redefinir algunas de las más habituales creencias. Desde el vínculo con otros seres, tanto humanos cuanto no, hasta la manera de ver la infinitud del universo y cómo pese a ello en nuestra granulada proporción para con él puede afectar equilibrios que creíamos inmutables.
Hasta hace unos meses las críticas que se cernían sobre un personaje como Greta Thunberg, esa adolescente sueca cuyo Sindrome de Asperger llevó a que líderes mundiales se burlaran de ella, hoy parece volver, involuntariamente, a recordarnos algo: la destrucción de bosques, la alteración de ecosistemas y de equilibrios ambientales, la mayor cercanía con fauna silvestre y por ende con agentes patógenos siempre presentes pero de los cuales no teníamos conocimiento de su capacidad de mutación, lleva a replantearnos sobre la vida del siglo que vivimos.
Mayor desarrollo implica mejores vías de comunicación. Implica mayor crecimiento urbano. Significa mejor calidad de vida. Pero también es sinónimo de mayor exposición a peligros cuyo riesgo desconocíamos. No casualmente China es uno de los países sobre los que más se exige un compromiso en materia de emisión de gases contaminantes y la respuesta, similar a la de Donald Trump, es que dicho compromiso no sería más que una desaceleración económica, algo que en una nación con más de 1300 millones de habitantes es abrirle la puerta y las ventanas al caos que tanto aborrece el Partido Comunista Chino y que muchos otros líderes, frente a la imprevisibilidad a la nos toca enfrentar, optan por imitar.
*La imagen ilustrativa es el ejemplo del hombre abriéndose camino en la virginidad de un ambiente polar. Un cielo límpido con algunas pocas nubes que dejan evidenciar la ausencia de límites. La nave quebrando los bloques de nieve y hielo
dando más triunfos a la ciencia y la civilización, sin advertir que dicho triunfo que parece arrollador no es más que una puesta en escena. El hombre no puede con la infinitud del universo. El hombre no es más que un grano de arena en la existencia misma y su fragilidad, disfrazada de barcos, aviones supersónicos y expediciones a la Luna o a Marte, no hacen más que modificar ese equilibrio el cual nos coloca en el lugar de supervivientes resucitando nuestros instintos más primitivos.