Decir que la gran metanarrativa de derecha versus izquierda ya no es el marco adecuado para entender la política no significa que todo dé lo mismo. Está claro que distintas medidas afectan de manera diferente a diversos sectores sociales, pero la complejidad del mundo actual excede las categorías simplistas entre conservadores y progresistas. En nuestro país, donde muchas veces prejuicios ideológicos impiden encontrar soluciones a urgencias prácticas, vale la pena estudiar iniciativas que son exitosas precisamente porque rompen con esas barreras al incorporar elementos de lo que serían posturas contrarias. Una de las tareas del intelectual interesado en lo público es precisamente ésa: barrer con el prejuicio y ensanchar la imaginación política buscando ejemplos de intervenciones transformadoras. Para no entrar en polémicas de clima electoral, ofrezco dos del exterior.
El primero viene de Colombia. Cuando Sergio Fajardo asumió la alcaldía en 2004, Medellín era la ciudad más violenta de América latina. En cuatro años de gestión, el número de asesinatos bajó de casi 4000 a 771. ¿Cómo se logró? Una cara del hito lleva la impronta de la izquierda. Implementó un plan de desarrollo urbano de gran escala que priorizó las zonas empobrecidas de la ciudad. La idea era transformar la relación de los ciudadanos más pobres con su entorno y de la ciudad entera con las zonas marginadas. Por eso construyó los mejores y más impactantes parques, escuelas, bibliotecas y centros comunitarios de Medellín en los barrios más humildes. Los habitantes de esos barrios debían sentir que algo fundamental estaba cambiando en sus vidas. En las entrevistas, Fajardo explicaba: "Cuando los pobres dicen: «Las cosas más bellas están aquí, donde vivo», ven que sus hijos pueden tener un futuro". De ahí su lema: "Las cosas más bellas para los más humildes".
Hasta aquí describiríamos la política de Fajardo como progresista o de izquierda. Sin embargo, su estrategia también incluyó un importante componente habitualmente asociado con la derecha. Efectivamente, buscó recuperar la presencia de la policía, como decía: "En cada centímetro cuadrado de la ciudad". Para eso invirtió fuertemente en capacitación, vehículos, comisarías, equipos de videovigilancia, alarmas y sistemas de comunicación. Fajardo, ahora gobernador de Antioquia, confesó el año pasado durante la Conferencia Regional de la Asociación Internacional de Jefes de Policía que se realizó en Medellín: "Ha sido muy importante para mí entender lo que significa la policía para la sociedad; no me queda más que darles las gracias a todos ustedes, a todo lo que representan". Para él, la seguridad no es una bandera partidaria de izquierda o de derecha, sino un valor democrático en sí mismo.
El segundo ejemplo es el Harlem Children Zone, un emprendimiento educativo en el barrio de Harlem, en Nueva York, tan exitoso que Barack Obama busca replicarlo en las principales ciudades de Estados Unidos. Ideado por Geoffrey Canada, su meta es que los chicos más pobres de las 97 cuadras que abarca el programa tengan la misma oportunidad de acceder a una educación universitaria que los ricos del resto de la ciudad.
Es una meta claramente progresista, como lo es también el hecho de que no se espera a que los padres tomen la iniciativa de acercar a sus hijos. Se recluta alumnos entre las familias más vulnerables, desde madres solteras y sin techo, embarazadas con problemas de drogas y padres alcohólicos hasta aquellas que simplemente carecen de la iniciativa de sumarse a un programa que incluye una escuela primaria, una secundaria y una enorme gama de servicios sociales de apoyo al niño, incluso antes de que nazca. En ese caso, por ejemplo, el proceso empieza enseñando a los padres a cuidar el embarazo. A los tres años, el chico ya va al colegio diez horas diarias con un enfoque en lengua que incluye un idioma extranjero y apoyo adicional en el hogar. A partir de la escuela primaria, hay un gran número de programas extracurriculares para asegurar que la calle no sea su segunda casa. La dedicación total al alumno se extiende hasta el fin de la escuela secundaria.
Pero detrás de la meta igualitaria existe una idea que sería una herejía articular en ambientes progresistas de nuestro país: para progresar, estas familias y comunidades necesitan cambiar sus costumbres y valores. El vocabulario de la primera infancia y años escolares que determinan el futuro de un chico dependen mucho más de lo que se aprende en la casa que en el colegio. Las familias de clases medias más integradas transmiten la cultura del esfuerzo, cenan en conjunto, controlan los deberes, inculcan el hábito de la lectura, limitan el tiempo que los chicos pasan frente al televisor, etcétera. Las intervenciones sociales que guían al niño desde que nace hasta que egresa de la secundaria buscan ser el sustituto de estas actitudes muchas veces inexistentes en familias y barrios diezmados por la pobreza. Por eso la meta última del Harlem Children Zone es que las 97 cuadras que abarca, y los chicos y familias que surjan de él, contagien y transformen también al resto del barrio.
Frente a estos ejemplos, algunos argumentarán que al rechazar la metanarrativa de derecha o izquierda se reduce la política a la mera gestión, cayendo inevitablemente en la trampa del "fin de la historia", donde no habría lugar para transformaciones estructurales. Sería un error: no hay transformación estructural posible sin advertir los prejuicios con los que cargan las ideologías y que impiden encontrar soluciones a urgencias prácticas. Las ideologías operan con personas que no son más que abstracciones, proyectándolas a un futuro también abstracto; mientras tanto, personas reales sufren de la falta de oportunidades. Lo que se requiere, en cambio, son soluciones que se realizan de manera concreta en la vida cotidiana de personas de carne y hueso. Los dos ejemplos expuestos niegan el valor de las ideologías, pero, de ninguna manera, caen en una aceptación del statu quo. Todo lo contrario, niegan la derecha y la izquierda al tomar componentes de ambas, superándolas, imaginando soluciones que no son ni una ni la otra, sino, sencillamente, emancipadoras. Este fin de las ideologías, más que un fin de la historia, podría marcar su nuevo comienzo.
Iván Petrella, coordinador de equipos técnicos de la Fundación Pensar