| 21 de agosto

El eterno Egipto de Mubarak

La crisis política que azota a Egipto en los últimos meses es, esencialmente, un enfrentamiento entre los Hermanos Musulmanes y otros actores de la escena nacional, entre los cuales el más reconocible son las Fuerzas Armadas. Desde la semana pasada somos testigos de una radicalización de este conflicto, con un saldo superior a 900 víctimas fatales en cinco días. El desafío es, al igual que en 2011, abandonar definitivamente el Egipto de Mubarak. Para eso los distintos actores tendrán que darse c

La crisis política que azota a Egipto en los últimos meses es, esencialmente, un enfrentamiento entre los Hermanos Musulmanes y otros actores de la escena nacional, entre los cuales el más reconocible son las Fuerzas Armadas. Desde la semana pasada somos testigos de una radicalización de este conflicto, con un saldo superior a 900 víctimas fatales en cinco días. El desafío es, al igual que en 2011, abandonar definitivamente el Egipto de Mubarak. Para eso los distintos actores tendrán que darse cuenta que no hay solución posible si no se comprometen con los fundamentos básicos de la democracia.
A comienzos de 2011, como consecuencia de una serie de protestas masivas, el pueblo egipcio logró derrocar a Hosni Mubarak, el dictador que había estado al mando del país durante treinta años. El período posterior de transición fue complejo, pero en las distintas elecciones libres que se desarrollaron, los Hermanos Musulmanes resultaron triunfadores. La transformación democrática parecía estar a la vuelta de la esquina.
Sin embargo, una vez en el poder, los Hermanos Musulmanes repitieron el accionar de Mubarak. Cometieron el error de asumir que podían gobernar sin tener en cuenta a aquellos que estaban en desacuerdo. Los años de persecución y prohibición que sufrieron durante la dictadura deberían haber servido para aprender a valorar la importancia de la inclusión y la tolerancia de los distintos actores en la escena política. Los abusos de poder, la persistencia de una situación económica deplorable y el descontento social llevaron a que las Fuerzas Armadas, con amplio apoyo de la población, destituyeran al Presidente por los Hermanos Musulmanes, Mohamed Morsi.
La crisis política, sin embargo, no puede ser atribuida únicamente a los Hermanos Musulmanes. Los grupos que apoyaron el Golpe de Estado -liberales, secularistas, salafistas, coptos y la llamada juventud revolucionaria- tuvieron dificultades para aceptar el triunfo abrumador de los Hermanos Musulmanes en cada escrutinio. Es decir, en lugar de utilizar los canales democráticos y el debate para generar un balance de poder entre los distintos actores, la oposición optó por la confrontación, la protesta y, en última instancia, una alianza con los militares para derrocar a Morsi.
Ahora los grupos civiles que apoyaron el golpe prevén elecciones libres, en un futuro cercano, y el "retorno" a la senda democrática. Pero el pasado sábado se conoció que el gobierno interino intentaría desmantelar o prohibir la organización de los Hermanos Musulmanes. La fórmula es harto conocida: golpe militar y forzada clandestinidad de los Hermanos Musulmanes. Una y otra vez vemos una exclusión de actores políticos que se contradice con la idea de democracia. Un grupo gobierna excluyendo a los demás, y sin tener en cuenta que una gran proporción de la población se manifiesta en desacuerdo con sus medidas. Durante treinta años esto sucedió con Mubarak; ayer, fue en las manos de los Hermanos Musulmanes; hoy, son las Fuerzas Armadas. Si no se rompe con esta tradición, es difícil imaginar para Egipto una democracia viable. Es momento de que las facciones que se enfrentan en la escena política comprendan que no podrán gobernar solos, que no puede hablarse de democracia sin garantizar a cada actor cierto grado de influencia y la eventual posibilidad de que los perdedores de hoy sean los ganadores de mañana.
Finalmente, cabe notar que la crisis en Egipto es también una oportunidad para que América latina empiece a jugar un rol de mayor peso en asegurar un orden internacional solidario, que respete la democracia y los derechos humanos. En el seno de las Naciones Unidas, donde hoy la Argentina es Presidente del Consejo de Seguridad, se podría impulsar iniciativas como reasentar refugiados en territorio latinoamericano, el envío de cascos blancos o ayuda alimentaria. Ante una crisis de tal magnitud, el silencio y la falta de propuestas del continente, y en particular de la Argentina, no son aceptables.
Iván Petrella es coordinador de los equipos técnicos de la Fundación Pensar
 
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