Iván Petrella, coordinador de los equipos técnicos de la Fundación Pensar, toma la reapertura del canje de la deuda como puntapié para analizar la política exterior argentina y sus tropiezos.
El problema de la deuda y los fondos buitre no es sólo económico o técnico, es fundamentalmente un problema político y diplomático que deja al desnudo el default de nuestra política exterior. Recordemos para qué sirve la política exterior: es la proyección externa de un país con fines de sumar prestigio, lazos y aliados que faciliten el acceso a mercados, tecnología, y pautas culturales que mejoran la vida de la población. La situación actual deja al descubierto que, ante un problema, grave, carecemos del prestigio, los lazos y los aliados necesarios para resolverlo. La realidad es que con otra política exterior jamás se habría llegado a este punto.
Lo que ocurrió esta semana refleja los efectos de la política exterior de la automarginación en la que se situó nuestro gobierno desde hace ya varios años. Los ejemplos de esta política incluyen problemas con vecinos como Chile, Uruguay y Brasil, la falta de atención a reclamos europeos, la indiferencia hacia la deuda con el Club de París y los fallos del Ciadi y la distancia autoimpuesta respecto del gobierno de Barack Obama, claramente el más indicado para brindarnos respaldo político en la actual coyuntura.
Podemos ejemplificar con un caso concreto cómo hemos descuidado los instrumentos para acercarnos a los factores de poder en Estados Unidos y así procurar, legítimamente, presentar nuestra posición. Antes de dejar el país, la última embajadora de los Estados Unidos acreditada ante nuestro gobierno, Vilma Martínez, pronunció una frase breve pero contundente: "La vida argentina es complicada". Sus opiniones gravitaron siempre en los ámbitos jurídicos más importantes ya que se trata de una de las abogadas norteamericanas más destacadas. Otra definición que dejó antes de su partida fue: "El origen de ciertos problemas puede encontrarse en las diferentes interpretaciones de hechos básicos que los hacen difícil de resolver". Nada de esto implica abandonar nuestra histórica política Sur-Sur, pero sí implica que sea constructiva y no puramente declamatoria.
Por eso no debería sorprender cuando el Tribunal de Apelación de NY calificó tan duramente la actitud argentina al entender que la misma se inspiraba en las expresiones de nuestras figuras políticas más representativas. Las opiniones reiteradas públicamente por estas figuras, comprometen siempre al Estado y por ello deben ser tomadas por cualquier tribunal como la más genuina expresión de la voluntad de un determinado país. Dicho de otra manera: altos funcionarios que representan al Estado no pueden decir cualquier cosa. Esas actitudes fueron consideradas -con razón o sin ella- como agraviantes para los acreedores, contrarias a las prácticas internacionales y, por ende, ofensivas para el propio Tribunal.
La política exterior es como la macroeconomía de un país: es la base de sustento de todo lo demás. Por eso, sus defectos se cuelan en todo. Resulta más que evidente que no es un ámbito para improvisados ni improvisaciones, que no existen las "avivadas" internas que no paguen costos afuera de las fronteras y que no hay sustituto para una política exterior que ajuste su funcionamiento a la coyuntura y a las prioridades que le toca vivir. Dejar atrás los problemas ante el Tribunal de NY es una prioridad ineludible. Hacia ella hay que orientar toda nuestra capacidad diplomática bilateral y multilateral y hay que hacerlo pronto. La solución no puede ser, como en tantas otras instancias, dejar que los platos rotos los tenga que pagar otro gobierno y todo el pueblo argentino.