| 29 de julio

Ricardo Balbín: el presidente que no fue

Un 29 de julio de 1904 nace el dirigente de la Unión Cívica Radical (UCR), Ricardo Balbín. Figura polémica para ciertos sectores, su compromiso con la democracia, reflejado en el famoso abrazo que protagonizara con su antiguo rival, Juan Domingo Perón, no puede ser soslayado en tiempos en que la virulencia y violencia discursiva parece no tener fin en la Argentina del siglo XXI.

Un 29 de julio de 1904 nace el dirigente de la Unión Cívica Radical (UCR), Ricardo Balbín. Figura polémica para ciertos sectores, su compromiso con la democracia, reflejado en el famoso abrazo que protagonizara con su antiguo rival, Juan Domingo Perón, no puede ser soslayado en tiempos en que la virulencia y violencia discursiva parece no tener fin en la Argentina del siglo XXI. 
 
Pese a haber nacido en la ciudad de Buenos Aires, su carrera política la desarrolló en La Plata, en donde falleció el 9 de septiembre de 1981. Candidato a presidente en 1951, 1958 y dos veces en 1973, padeció los rigores del autoritarismo del primer peronismo, que lo encarceló por desacato en 1950, mientras era diputado nacional del glorioso Bloque de los 44, grupo de parlamentarios radicales entre los que se encontraban figuras destacadas como el propio Balbín, Arturo Frondizi, Luis McKay, Gabriel Del Mazo, Luis Dellepiane, Ernesto Sanmartino, Arturo Illia, Miguel Angel Zavala Ortiz, Francisco Rabanal o Silvano Santander. 
 
Líder de la Línea Nacional, a la que perteneció también Fernando De La Rúa; el sector generó suspicacias y resquemores, potenciados tras la conformación del Movimiento de Renovación y Cambio liderado por Raúl Alfonsín y que concretó la incorporación de la UCR a la Internacional Socialista y la adopción de una plataforma socialdemócrata. No obstante, si bien la Línea Nacional representó una visión más centrista (o, para algunos estudiosos del radicalismo, una continuación de la línea azul del presidente Marcelo Torcuato de Alvear), la figura de Balbín representó la búsqueda de soluciones democráticas en el marco de una época en la que, precisamente, la democracia sufría de desprestigio para muchos de los actores políticos y sociales. 
 
En este sentido, resulta imposible no hacer mención a la Hora del Pueblo, iniciativa de principios de los años 70, cuando en tiempos del dictador Alejandro Lanusse, se empezó a vislumbrar una convocatoria a elecciones y, por primera vez en años, el regreso del peronismo a la vida política (aunque condicionada a la no presentación del propio Perón como candidato a presidente). La Hora del Pueblo no sólo fue la resurrección de una vida política y partidaria que había quedado limitada a la expresión de unos pocos dirigentes y una actividad de militancia ostensible bajo la superficie de la cotidianidad impuesta a fuerza de bastones largos, represión y Estado de sitio. También se abogaba por la vuelta de la legalidad, de las garantías y las libertades individuales y civiles. Amalgamando partidos como el radical, el justicialista, el conservadurismo y el socialismo, puede decirse que esta iniciativa, impulsada por Balbín, logró el éxito de alcanzar la celebración de los comicios presidenciales de 1973, cuando poco antes se resolvió la disolución de esta convergencia. 
 
Resulta una polémica aún el rol de Balbín durante la dictadura cívico militar que tomó las riendas de los destinos aciagos que vería la República el 24 de marzo de 1976. Dirigentes radicales justifican los contactos de Balbín con los jerarcas de las fuerzas armadas a pártir de la necesidad de salvaguardar la vida de los militantes. También había pronunciado, en febrero de 1976, las palabras plasmadas en un periódico respecto de la necesidad de llegar a las elecciones "aunque sea con muletas". Resulta un tanto curioso, de todas maneras, que durante los primeros meses de la dictadura se perdiera la vida de militantes como Sergio Karakachoff, que ya con su labor y sus palabras generaba una alternativa de la que no podemos esbozar ningún futuro por su lamentable muerte prematura a manos de los ejecutores del proceso de "reorganización" nacional. 
 
Fallecido el 9 de septiembre de 1981, su compromiso político no cejó empeño en volver a la legalidad, la democracia, el estado de derecho y las libertades y garantías. Promoviendo la convocatoria multipartidaria, su desaparición (no carente de polémica tras las vergonzosas y antiéticas publicaciones de la revista Gente que, el 10 de septiembre, divulga imágenes de Balbín en terapia intensiva con el torso desnudo y conectado a sonas, obligando a la Editorial Atlántida a resarcir económicamente a la familia del deudo en 1984 por violación de la intimidad), probablemente haya sido el despegue definitivo del ascenso de Alfonsín, ascendiendo a la cúspide del radicalismo que lo llevó a la presidencia en 1983. 
 
Aun con los errores cometidos, la figura de Balbín representa la de un dirigente que, sin haber sido presidente ni gobernador y ocupando bancas en los grises pasillos parlamentarios, constituyó uno de los personajes más relevantes de una etapa del siglo XX que no queremos revivir. Las decisiones y las implicancias morales de las mismas pueden ser analizadas a través de la lente del contexto que atravesaba el país. 
 
Su ejemplo, pese a la persecución sufrida, no puede sernos indiferente en tiempos en que la violencia discursiva conlleva a una peligrosa división de los argentinos. No puede haber rivalidades que superen ese gran común denominador que tenemos que tener: la de avizorar un futuro de esperanza y bienestar en cada rincón de la Argentina. 
 
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