Desconciertan con sus preguntas y tienen un coeficiente intelectual superior al promedio; para padres y maestros son todo un desafío
"Pero mamá, mi cabeza no puede parar de pensar." Eso le respondió Ezequiel Glombovsky a su madre cuando le pidió que se quedara quieto y se fuera a dormir.
Desde que era muy chico, sus padres notaron que en él había algo diferente. Comenzó a expresarse con señas cuando tenía siete meses y a los dos años se pasaba el día haciendo rompecabezas que terminaba en sólo una hora, sin siquiera mirar el modelo de la tapa. A los tres años y medio comenzó a leer y a escribir. Finalmente, ante la sugerencia de algunos profesionales sus padres decidieron hacerle un examen que confirmó lo que ellos ya sospechaban: Ezequiel tenía un coeficiente intelectual superior al promedio.
Como él, Iván Suárez tenía menos de dos años cuando comenzó a dar señales de que estaba intelectualmente más desarrollado que otros de su edad: "Era como un señor de dos años. Si se le caía algo del cochecito, se incorporaba, lo ponía en su lugar y se volvía a sentar. A esa edad también empezó a escribir en la computadora", cuenta Paula Amendolara, su mamá.
Como ella, muchos padres pueden preguntarse en algún momento si su hijo es un pequeño genio.
A veces los chicos pueden presentar signos a edad muy temprana, ya sea porque plantean inquietudes que parecen muy maduras para su edad o porque desarrollaron un talento deportivo o artístico. Pero eso no significa necesariamente que sean chicos con altas capacidades. Es tal el desconcierto que pueden provocar en sus padres, que muchos buscan asesoramiento en Internet. Según publicó días atrás The New York Times, es una de las consultas más comunes en Google.
Estos chicos, que según la Organización Mundial de la Salud son un poco más del 2% de la población mundial, suelen plantear cosas de chicos más grandes y hasta se llevan mejor con ellos. Suelen hacer preguntas que tienen que ver con conceptos abstractos, son chicos muy sensibles y, en general, tienen buena conducta en sus casas, a pesar de que a veces pueden ser hiperactivos. Pero el problema más grande que presentan estos chicos suele darse cuando comienzan la escuela (ver aparte). Es importante tener en cuenta esas características y, luego de asesorarse, es necesario que el chico realice un examen de coeficiente intelectual para confirmarlo.
"Cuando tenía tres años, me pidió que le fuera a leer unas cosas. Yo tardé porque estaba haciendo otras cosas y cuando fui, me dijo que ya lo había leído. Le pregunté cómo sabía leer y me dijo que estaba uniendo las letras, que ya reconocía desde antes", dice Lorena Giunta, madre de Alex. En su caso, fue una maestra del jardín la que, al notar una gran diferencia entre él y sus compañeros, le sugirió que le hiciera un examen para medir el coeficiente intelectual de Alex. Se contactó con CreaIdea, una fundación que se encarga de generar espacios de contención donde estos chicos pueden compartir distintas actividades entre ellos, y a través de un examen corroboró que Alex tenía un coeficiente altísimo. "Cuando me lo dijeron, no caía. Pensé que los chicos con alto coeficiente eran más independientes. Pero Alex depende de mí para muchas cosas." CreaIdea se fundó con el apoyo de Mensa Argentina, una organización internacional que, desde 1946, tiene como misión identificar personas de todo el mundo con elevado cociente intelectual y ponerlas en contacto. Para ingresar en esta organización se debe obtener, como base, 150 puntos en el examen de coeficiente intelectual, cuando la media es de 100.
Es importante también que los padres sepan que no deben presionar a sus hijos. Si bien la inteligencia se puede "entrenar", el coeficiente intelectual es algo con lo que se nace y no se forma con práctica.
Lo primero que notan los padres es que el comportamiento de sus hijos es muy diferente al de los demás chicos. Pueden ser muy retraídos, portarse como pequeños señores grandes o, incluso, a veces, ser muy hiperactivos. "Los padres comienzan por darse cuenta de que hay una precocidad en todo. Aprenden a leer de forma independiente y ahora es muy común que quieran aprender vocabulario en inglés -afirma Héctor Roldán, fundador de CreaIdea-. Cuando los padres se acercan a la fundación, no es porque tienen todo solucionado, al contrario, están muy desorientados. No lo hablan en todos lados, porque es un tema difícil de presentar. La gente mira raro si decís: «Tengo un chico inteligente y es un problema». No es fácil encontrar referentes y el punto justo para manejarse con un chico así."
MAL DIAGNÓSTICO
No bien los padres notan esa diferencia en sus hijos, lo primero que deben hacer es asesorarse. Estos chicos suelen ser muy sensibles, éticos y generalmente viven en un mundo donde reina el pensamiento abstracto y la constante exploración. "Es necesario contener a los padres y guiarlos en cómo actuar", aconseja María del Carmen Maggio, fundadora de la Fundación para la Evolución del Talento y la Creatividad. A veces, como se los ve retraídos, "se los diagnostica mal y les ven algo patológico cuando no existe. Y, en realidad, como viven en su mundo, a veces se confunde con un déficit de atención que no es así", agrega.
Entre las principales características de chicos con altas capacidades, están las constantes preguntas, sobre todo, acerca de conceptos abstractos. "Una cosa que pasa muy seguido es que te hacen preguntas que no sabés responder", cuenta Pablo Glombovsky, padre de Ezequiel. "Las preguntas son constantes. Menos mal que existe Google -bromea, por otro lado, Lorena Giunta, elogiando la herramienta de adoración de todos los padres que tienen un hijo con altas capacidades-. Pregunta todo el tiempo porque quiere ampliar el léxico, eso le hace muy bien."
Lo importante es que los padres, frente a estas inquietudes de sus hijos, por más adelantadas a su edad y extrañas que parezcan, le den una respuesta. "Cuando era muy chiquito, preguntaba de todo, en todo momento. Al principio era gracioso porque era un enano que te planteaba cosas y ante tu respuesta te decía: «Así no puede ser » . Yo le discutía que sí, pero finalmente lo pensaba bien, lo buscaba y él tenía razón", cuenta Andrea Larroudé, de Chascomús, acerca de su hijo Marcos Oporto, que ahora ya tiene 15 años y está por comenzar el Ciclo Básico Común para entrar en la universidad.
Otra dificultad para los padres es la hiperactividad de estos chicos, consecuencia de una exploración tan ilimitada como su imaginación. Los chicos con altas capacidades no suelen mantener la atención fija en un tema en particular por mucho tiempo. Su sed de conocimiento no es fácil de saciar y mucho menos su curiosidad. "Es muy inquieto y se aburre fácil, eso lo angustia mucho. A veces, cuando no tiene nada que hacer, se le ocurren ideas para construir cosas o suma grandes cifras en números romanos. No es fácil mantenerlo entretenido", comenta Lorena Giunta, respecto de la hiperactividad de Alex. "No recuerdo haberlo visto sentado en el piso tranquilo jugando con autitos" cuenta el papá de Ezequiel. Por su parte, Paula Amendolara dice que, gracias a la tecnología, puede contener a Iván en este sentido: "No sé qué inventar para hacer actividades. Le compramos juegos de Legos y arma todo en una hora cuando el juego está pensado para varios días. Me ayuda mucho la computadora y la iPad porque te podés bajar juegos gratis todo el tiempo y eso le permite renovarse".
Uno de los temas que más preocupa a los padres y que a veces los desorienta con respecto a estos chicos es el establecimiento de límites. Si bien son pequeños genios, también son niños y deben entender qué está bien y qué está mal. "El superdotado es muy demandante y es necesario satisfacer sus requerimientos, sobre todo en el hogar, pero la puesta de límites es importante ya que ellos [como todos] deberán ajustarse a normativas sociales, tanto en la vida como en la escuela propiamente dicha", afirma el Dr. Carlos Allende, presidente honorario de Mensa Argentina. "Ponerle límites en muy difícil porque todo te lo cuestiona. Más que límites son negociaciones", explica Lorena Giunta. "Te retruca lo que le decís y tenés que hablarle hasta que lo entiende -agrega María Gabriela Sirignana, mamá de Ezequiel-. No se queda con el «No, porque lo digo yo».
Fuente: Vanina González, para La Nación