| 17 de octubre

Avellaneda, en defensa de la propiedad privada.

“La propiedad engrandece y dignifica al hombre; y el proletario de ayer, cuando ha conseguido después de algunos años de penosa labor adquirir su campo, se siente revestido con nuevas fuerzas y ennoblecido a sus propios ojos. No se considera ya como un huésped de tránsito por su propio país; y parece que la propiedad ha venido como un segundo nacimiento a vincularlo al suelo de su cuna.

“La propiedad engrandece y dignifica al hombre; y el proletario de ayer, cuando ha conseguido después de algunos años de penosa labor adquirir su campo, se siente revestido con nuevas fuerzas y ennoblecido a sus propios ojos. No se considera ya como un huésped de tránsito por su propio país; y parece que la propiedad ha venido como un segundo nacimiento a vincularlo al suelo de su cuna. Si es extranjero, la peregrinación ha concluido desde que se encuentra ligado a una tierra que es suya. El país del destino se ha presentado por fin para fijar su paso errante; y hasta el carácter aventurero que en él habían desenvuelto los largos viajes, desaparece bajo el impulso de aquella ley, que da por patria estable al hombre el lugar de su bienestar o de su fortuna. Ubi bene, ibi patria.
La propiedad levanta la condición del hombre e imprime a su carácter la independencia que su vida asume; y como ha sido adquirida por el trabajo, que es un esfuerzo, y preparada por la economía, que es una previsión, le da la conciencia enérgica de sus facultades y de sus fuerzas. El propietario se reconoce entonces dueño de su destino, porque ha luchado hasta realizar el sueño de su ambición, y porque ha vencido.
De ahí en adelante, principia para él una nueva vida, porque la propiedad la ocupa y la dilata, trayendo consigo aquellas preocupaciones del porvenir, que son el tormento y el orgullo del hombre. Su alma deja de flotar incierta, porque sus pensamientos tienen ya un rumbo y su voluntad una dirección. La propiedad lo ha incorporado al mismo tiempo a la vida del país. Sus leyes la protegen; y sus instituciones libres le aseguran el empleo de su inteligencia y de sus brazos para continuar siempre ascendiendo por el camino de la fortuna y de la consideración social.
Así, el propietario, aunque haya nacido en lejanas regiones, se convierte en ciudadano, porque realiza la hermosa definición de la ley romana, viviendo del derecho y de la vida de la ciudad. Hay entre ambos identidad de intereses y de destinos. El hombre pertenece a la ciudad. La ciudad posee al hombre. Luego entonces, si hay un país regido por una constitución social no basada sobre el privilegio que favorece y que excluye, sino sobre la igualdad que no omite distinciones, y en el que se requiere sobre todas las cosas respecto de los individuos que lo componen, amor a las instituciones públicas, inteligencia y energía para ejercer los propios derechos, firmeza para mantenerlos –este país debe tener por ciudadanos propietarios libres, porque sólo la libertad y la propiedad pueden desenvolver estas calidades y estos sentimientos en el hombre”.

Nicolás Avellaneda, Escritos y Discursos, tomo V.

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