| 23 de febrero

El fracaso de la guerra contra las drogas

Con frecuencia observamos en la Argentina que se está librando una guerra contra las drogas y que existen múltiples responsabilidades, tanto en materia de prevención como así también en materia de lucha contra el tráfico. Recurrentemente podemos ver en las noticias que se llevan adelante medidas tendientes a paliar la problemática mediante la creación de centros de atención de adictos, como anunciara hace escasos días el intendente de Río Grande, Gustavo Melella. Asimismo, no puede escapar a nue

Con frecuencia observamos en la Argentina que se está librando una guerra contra las drogas y que existen múltiples responsabilidades, tanto en materia de prevención como así también en materia de lucha contra el tráfico. Recurrentemente podemos ver en las noticias que se llevan adelante medidas tendientes a paliar la problemática mediante la creación de centros de atención de adictos, como anunciara hace escasos días el intendente de Río Grande, Gustavo Melella. Asimismo, no puede escapar a nuestro conocimiento el estado en que se encuentra una ciudad como Rosario, ocasionalmente cautiva de bandas que libran batallas entre sí con sicarios sin el más mínimo remordimiento para cometer asesinatos en pleno centro y a la luz del día.
Sin embargo, ¿es la lucha contra el narcotráfico algo que tenga que ser llevado a la práctica desde una óptica punitiva? La lucha contra la droga se perdió hace muchos años por el simple hecho de plantearse como guerra. Tal como sucedió con la guerra contra el alcohol que se declarara en los años 30 en Estados Unidos, guerra fracasada entablada contra el mismo Al Capone, esta vez se repite la historia. Sólo que la Ley Seca regía en Estados Unidos, en tanto la guerra contra las drogas se sostiene en otros países. Por ello, la guerra contra las drogas, siendo un fracaso evidente, sigue siendo lógica para los miles o millones de burócratas y funcionarios de los gobiernos y agencias antidrogas que, de legalizarse el consumo, se quedarían sin trabajo y, por ende, sin sustento.
Por otro lado, resulta sorprendente que se aduzca como razón principal el peligro para la salud humana que implica el consumo de sustancias adictivas. Recientemente se informaba que “La Comisión Europea ha proclamado hoy los ganadores de un concurso europeo de Tecnologías Futuras y Emergentes (FET), dotado de varios miles de millones de euros. Las iniciativas ganadoras, Grafeno y el proyecto Cerebro humano, recibirán cada una mil millones de euros para realizar durante diez años investigaciones de primer rango mundial en ámbitos donde se cruzan la ciencia y la tecnología. En cada iniciativa participan al menos quince Estados miembros de la UE y casi doscientos institutos de investigación.” Además, “El proyecto Cerebro Humano creará la instalación experimental más grande del mundo para elaborar el modelo más detallado del cerebro a fin de estudiar cómo funciona el cerebro humano y, en último término, desarrollar un tratamiento personalizado de las enfermedades neurológicas y afines.
Esta investigación sienta las bases científicas y técnicas de un progreso médico que podría cambiar radicalmente la calidad de vida de millones de europeos”. Se sabe, en este sentido, que sólo el 25 % de nuestro cerebro usamos. Ahora, como es sabido, tenemos miles de millones de neuronas, las cuales a su vez interactúan. Si consideramos que existen adicciones tan diversas como a la marihuana, la cocaína, el sexo, el chocolate, los videojuegos, el alcohol, la pornografía o el tabaco, ¿cómo podemos determinar cuáles son los mecanismos de interconexiones neuronales que nos pueden hacer adictos a tales o cuales cosas? ¿Se imagina que se penalice el uso de videojuegos o el consumo de chocolate o de tabaco o la práctica sexual por ser potencialmente adictivas? Precisamente por no poder determinar fehacientemente dichos mecanismos, no sería posible, a priori, establecer prohibiciones en contra de unas u otras potenciales adicciones.
El diario The Independent, de Gran Bretaña, a principios de agosto de 2006, destaca un informe que había encargado el todavía Primer Ministro, Tony Blair, relacionado con la peligrosidad de las adicciones en el consumidor y en la sociedad. Dicho informe, empero, fue rechazado porque sus conclusiones resultaban controvertidas. En el mismo se sostiene que de las drogas ilegales, las más peligrosas son (en proporción de usuarios) la heroína, la cocaína y los barbitúricos, reseñando que la primera provocó en 2004 la muerte de 744 personas; la segunda 147 muertes; y la tercera 14 muerte. En cuanto a las drogas legales, la sustancia más peligrosa fue el alcohol, con 22 mil muertes y lo seguía el tabaco con 114 mil muertes. Actualmente, este informe está disponible en el sitio web de la UK Drug Policy Comission (http://www.ukdpc.org.uk/publication/a-fresh-approach/). En el caso de Argentina, por otro lado, si queremos plantearlo en términos mera y exclusivamente legales, tenemos un artículo en la Constitución Nacional (el cual nunca fue modificado a pesar de haber habido tantas reformas de la Carta Magna), el cual dice que “Las acciones privadas de los hombres que de ningún modo ofendan al orden y a la moral pública, ni perjudiquen a un tercero, están sólo reservadas a Dios, y exentas de la autoridad de los magistrados. Ningún habitante de la Nación será obligado a hacer lo que no manda la ley, ni privado de lo que ella no prohíbe” (el subrayado es nuestro). Es indudable que el problema del consumo de sustancias ha generado y sigue dando numerosos problemas. Pero es evidente, como dijera Albert Einstein, que “Si buscas resultados distintos, no hagas lo mismo”. América latina y Argentina vienen siguiendo una línea de conducta que no ha dado resultados. Es obvio por qué no ha funcionado.
Fuente: www.shelknamsur.com
 
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