Resulta curiosa la hipocresía y el doble estándar de los sindicalistas fueguinos que hoy repudian la visita del presidente Javier Milei alegando una crisis económica y un ajuste a la ciudadanía, mientras recibía con los brazos abiertos a Alberto Fernández. Las mieles del poder, el acceso a los pasillos donde se cocinan las decisiones (muchas veces a espaldas de los propios vecinos) y la posibilidad de obtener beneficios particulares, han llevado a los gremios a inmiscuirse en campañas electorales sin importar el sentido original que los gremios tienen: defender a los trabajadores, no a algunos dirigentes políticos.
En las últimas campañas electorales, gremios como la Asociación de Trabajadores del Estado (ATE), Unión Personal Civil de la Nación (UPCN), Unión de Trabajadores Hoteleros y Gastronómicos (UTHGRA) o Camioneros, han participado de actos en donde se llamaba al voto por Fernández, por Sergio Massa, por Gustavo Melella o por Walter Vuoto. Sin embargo, no siempre las políticas que han llevado adelante dichos dirigentes estando en el poder han sido beneficiosas para las grandes mayorías.
Fernández impuso una cuarentena suspendiendo derechos y garantías constitucionales alegando una pandemia mientras armaba reuniones sociales en la Quinta de Olivos junto a su esposa y violando las propias disposiciones emanadas por el Poder Ejecutivo: en otras palabras, Alberto Fernández violaba las propias disposiciones que firmaba y por las cuales se detenían ciudadanos (e incluso se han desaparecido personas). ¿Los sindicatos? Bien, gracias.
Massa, siendo ministro de Economía, llevó los índices de inflación a los niveles más altos en treinta años, provocando que más del sesenta por ciento de los argentinos cayeran en la pobreza y la indigencia. No sólo lo dice la oposición, a la cual se podría acusar de ciertos intereses para decirlo. Pero quien lo dijo fue Martín Guzmán, primer ministro de Economía del gobierno de Fernández. ¿Los sindicatos? Bien, gracias.
Melella y Vuoto, en las respectivas paritarias con los gremios estatales, han dado sumas fijas no remunerativas y aumentos escalonados por debajo de la inflación, provocando una pérdida del poder adquisitivo salarial de los trabajadores de la administración pública. Incluso, han hecho caso omiso a la instalación de un radar de una firma de capitales estadounidenses y británicos en la Estancia El Relincho, en cercanías de Tolhuin, que posibilita un uso dual (civil y militar) de sus instalaciones, con las implicancias gravísimas que, claramente, ello implica cuando una parte del territorio de la provincia de Tierra del Fuego, Antártida e Islas del Atlántico Sur, se encuentra ocupado por una potencia extranjera. ¿Los sindicatos? Bien, gracias.
Se dice que la cura para quienes están enfermos terminales se encuentra cuando ya muere el enfermo terminal. Analogía para decir que, con el diario del lunes, cualquier equipo de fútbol gana el partido del domingo. Quienes hoy protestan contra una presunta depredación de los recursos ictícolas del Mar Argentino, repudian la presencia de buques factoría de diversas nacionales dentro de las aguas territoriales o piden por el hambre, los pobres, los indigentes y la patria; no luchan contra nada de eso. Luchan contra los privilegios que tenían, como fondos fiduciarios con irregularidades variopintas, sindicalistas atornillados en el poder gracias a simulacros de elecciones en donde la oposición es inexistente (por las buenas y por las malas), dependencias copadas por militantes más interesados en mantenerse en sus puestos fagocitando las arcas del Estado para sus propios bolsillos y no para brindar servicios a los ciudadanos; entre tantas otras barrabasadas que, de repente, son detectadas por quienes buscan desmantelar un sinfín de privilegios y de arbitrariedades que succionan la teta del Estado para engrosar sus bolsillos y vivir en mansiones, pasear en yates por el Mar Mediterráneo (como Martín Insaurralde) o robar para la corona (como Julio ‘chocolate’ Rigau).
No interesa hoy que llegue a la provincia la jefa del Comando Sur de Estados Unidos, Laura Richardson. Su visita es una mera excusa de quienes no dijeron nada cuando la funcionaria estadounidense visitó a la entonces vicepresidente Cristina Fernández. La misma vicepresidente que apunta contra los «viejos amarretes» y dice que la diabetes es una enfermedad de gente con alto poder adquisitivo e invierte en Apple y Coca Cola. Discurso nacional y popular para los aplaudidores seriales que se inundan cuando caen tres gotas de más en el conurbano bonaerense; ortodoxia que sería la envidia de Luis ‘Toto’ Caputo para manejar los millones heredados de Néstor Kirchner que supo hacer su fortuna gracias a la Circular 1050 de Domingo Cavallo durante la dictadura militar de 1976, cuando los derechos humanos eran cosa ajena.
Para quienes buscan protestar, siempre hay motivos. Y es lógico que haya disidencias en democracia. Pero lo que resulta inadmisible es que quienes protestan y se engalanan de cocardas el saco del traje por la patria, apenas acceden a los mullidos sillones de un Congreso o de una Casa Rosada, se olvidan del discurso nacional y popular. Igual que se olvidaron durante cuatro años con Alberto Fernández. Igual que se olvidaron cuando compartían escenarios con los mismos funcionarios que no ven la realidad ni teniéndola ante sus ojos o un radar en el medio de la provincia.