Emile Ouamouno tenía sólo dos años y vivía en una remota aldea de Meliandou, en Guinea, cuando empezó a sentir fiebre, dolor de cabeza y diarrea. En diciembre de 2013, pese a los esfuerzos de la familia, el niño murió. Tres días más tarde falleció su hermana de tres años, Filomena, y su madre embarazada, Sia. Así empezó el devastador brote de ébola que mataría a más de 5.600 personas en un año.
El pueblo, en lo profundo de los bosques de Guinea, rodeado por juncos y palmerales que se cree atrajeron los murciélagos de la fruta que contagiaron el virus a Emile.
En un patrón que ha venido a caracterizar la difusión de un mortal virus que desgarra comunidades unidas, el ébola infectó a los trabajadores de salud antes de expandirse por las aldeas vecinas.
Pero las primeras muertes no sirvieron para disparar las alarmas.
Meliandou, en la provinica de Gueckedou, está más bien aislado. La ciudad más cercana está a unas dos horas por una complicada carretera y la gente está acostumbrada a las enfermedades endémicas con síntomas iniciales que se parecen mucho a los del ébola.
Si se añade la porosa frontera, con muchos que cruzan de forma habitual desde Liberia y Sierra Leona buscando mercado para sus productos y el mortal virus pudo pasar sin ser detectado hacia comunidades desprevenidas durante tres meses.
Muy pronto, los hospitales se convirtieron en auténticas incubadoras del virus del Ébola.
Primeras víctimas
Los trabajadores de salud creían que estaban ante un brote de cólera o de fiebre de Lassa, virus hemorrágicos menos virulenos y prevalentes en la zona. Cayeron después de tratar a sus pacientes.
De los primeros 15 muertos documentados en el análisis de New England Medical Journal, cuatro eran trabajadores sanitarios.
Con los familiares de las víctimas reunidos para enterrar a sus seres queridos, un funeral se convirtió en muchos.
En la región, el ritual para preparar los cuerpos para ser enterrados implica lavarlos, tocarlos y besarlos. Además, los funerales atraen numerosas personas de distritos aledaños.
Todo eso ayudó a la expansión de la enfermedad.
El médico estadounidense William Fischer, que trabajó en Guinea durante el verano, dijo que al "transformar tradición en transmisión", el ébola se las arregló para expandirse atacando el tejido de la sociedad de África occidental.
Liberia al borde del colapso
La falta de recursos ha obstaculizado el combate al ébola en Liberia y ha dejado al país tambaleándose al borde del colapso.
El primer caso en cruzar la frontera fue confirmado unos pocos días después de que la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró oficialmente la epidemia el 23 de marzo.
Pero no fue hasta agosto que el virus de verdad tomó la capital, Monrovia, una ciudad densamente poblada y pobre.
En septiembre, el país reportaba más de 200 nuevos casos a la semana.
En Monrovia habita alrededor de un cuarto de la población de Liberia. La mayoría de sus vecinos viven hacinados en barriadas llenas de basura, muchas construidas en pantanos de baja altitud sin conexión a un sistema de alcantarillado.
Devastado por la violencia en un conflicto civil que duró 14 años y que terminó en 2003, Liberia vio destruida casi por completo su infraestructura.
Las instituciones de salud comenzaron una lucha para prestar servicios básicos mucho antes del brote de ébola.
Con sólo alrededor de 60 médicos ante el brote de ébola, la muerte de algunos de los más prominentes y competentes profesionales dejó el personal de salud del país diezmado y desmoralizado.
Aunque el índice de nuevas infecciones ha bajado desde el verano, el país sigue en una situación precaria.
El miedo al ébola sigue presente y muchos de los enfermos siguen en casa.
"La gente duda y teme porque no saben lo que pasa en la unidad de tratamiento y han escuchado muchas historias negativas", comenta Darin Portnoy, doctor que trabaja para Médicos sin Fronteras (MSF) en Monrovia.
"Ahí es donde hemos perdido la batalla, cuando la gente duda si venir. No podemos ganarle a la enfermedad cuando los enfermos aparecen cuando ya llevan cuatro o cinco días con los síntomas", agrega.
El ministerio de Salud de Liberia también le pidió a los ciudadanos que dejen de enterrar a sus seres queridos en secreto.
A pesar de que se va ganando terreno en la concienciación sobre buenas prácticas para protegerse del virus, esto será seguramente lo más difícil de combatir.
"Morir de ébola es una cosa, pero que te quiten también la vida después de la muerte es algo muy diferente", escribe el profesor James Farihead, antropólogo experto en África occidental de la Universidad de Sussex (Reino Unido).
Sierra Leona: un funeral – 365 muertos
Fue un entierro inseguro lo que terminó con la explosión de ébola en Sierra Leona en verano.
El país diagnosticó su primer caso cuando una embarazada que sufrió un aborto espontáneo fue ingresada en un hospital en el distrito de Kenema el 24 de mayo.
No infectó a nadie más.
Identificar la fuente de la infección, sin embargo, sirve para explicar cómo entró en el país el virus.
La mujer había estado en el funeral de un conocido curandero tradicional que había tratado a enfermos de ébola que habían llegado de Guinea.
Los trabajadores de salud de la región identificaron a otras 13 mujeres que habían contraído la enfermedad tras haber asistido al mismo entierro, evento que desató una cadena de contagios, muertes y más funerales.
Según la OMS, "una rápida investigación de trabajadores sanitarios locales sugirió que el funeral del curandero podría estar vinculado a hasta 365 muertes".
Desde ahí, el ébola se expandió por la capital de Sierra Leona, Freetown, donde el hacinamiento en que vive la población ayudó a que los contagios entraran en una espiral sin control.
Una trágica nota al pie de un estudio hecho por médicos y científicos que investigaron el origen del brote de ébola en Sierra Leona muestra el alto precio que pagaron algunos trabajadores de salud.
Cinco de los coautores del reporte, incluido el principal médico de Sierra Leona, contrajeron ébola y murieron antes de que el informe fuera publicado.
Nigeria, una historia de éxito
La historia de otro verdadero acto de sacrificio humano explica cómo Nigeria se las arregló para ganar su particular batalla contra el ébola en lo que la OMS llamó una "espectacular historia de éxito".
Con 170 millones de habitantes, Nigeria tiene casi siete veces la población de Guinea, Liberia y Sierra Leona juntos.
Una respuesta rápida y efectiva en localizar a los casi mil individuos que pudieron verse expuestos a la enfermedad hizo que el número de muertes se limitara a ocho.
En el centro de la lucha nigeriana contra el ébola estuvo la doctora Ameyo Stella Adadevoh, quien diagnosticó al liberiano-estadounidense Patrick Sawyer cuando fue hospitalizado en Lagos.
Adadevoh y su personal intervinieron cuando Sawyer intentó dejar el centro de tratamiento. La acción le costó a ella y tres trabajadores la vida, pues terminaron contagiados.
Una nueva fase
Casi un año después de la muerte de Emile, se estima que más de 5.500 personas han muerto de ébola.
Muchos más han fallecido sin que se tenga constancia.
Los esfuerzos para luchar contra el ébola se han visto obstaculizados por la feroz resistencia de comunidades locales con un largo historial de desconfianza hacia cualquier intevención llegada de fuera.
Eso hizo que surgieran nuevas cadenas de transmisión y amenacen con salirse de control.
En las últimas semanas, las autoridades consideran que la enfermedad entró en una nueva fase con una destacable ralentización de la expansión en algunas de las áreas afectadas en los tres países, especialmente en Guinea y Liberia.
Pero la batalla está lejos de haber terminado, como afirma el doctor Christopher Dye, de la OMS.
"Incluso si pudiéramos decir que la fase exponencial fue superada, nuestro objetivo es la completa eliminación en la población humana y para eso claramente tenemos un largo camino por delante".
BBC Mundo