Olexiy Solohubenko*
BBC
El ministro de relaciones exteriores de Rusia, Sergei Lavrov, afirmó que esa decisión es contraproducente y que podría generar tensiones en el futuro.
La tensión entre Ucrania y Rusia fue una de las noticias más relevantes de 2014.
En el siguiente texto, el periodista ucraniano Olexiy Solohubenko, editor de noticias del Servicio Mundial de la BBC analiza lo que sucedió en su país este año.
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Imagínate que en México los habitantes del estado de Yucatán dijeran que no quieren tener nada que ver con el gobierno mexicano. Que son diferentes, que hablan con un acento distinto y tienen sus propias tradiciones e historia.
Aún más, convocan a un referendo y el gobernador de Yucatán se convierte en presidente de la República Popular de Yucatán.
Adicionalmente, grupos armados establecen puestos de control y barricadas. Muere gente. Y todo esto ocurre ante la mirada impasible del resto del continente americano.
Sé que suena como una fantasía total, pero eso fue lo que sucedió este año en mi Ucrania natal.
Sin embargo, un elemento adicional profundiza la diferencia entre el caso real y el que estamos imaginando: la presencia de una fuerza externa.
Es difícil concebir la posibilidad de que un agente externo intervenga en una disputa en un país como México.
Pero en el caso de Ucrania fue y es real: hay un país y un presidente que ha apoyado a movimientos separatistas en un área importante del territorio. El área de la que hablo es Crimea; y el presidente, el mandatario ruso, Vladimir Putin.
Terreno fértil
Todo comenzó, créase o no, por un tuit de Mustafa Nayem, un conocido periodista ucraniano, hijo de inmigrantes afganos, descontento con el hecho de que el presidente Victor Yanukovich decidiera, a último minuto, no firmar un acuerdo de asociación con la Unión Europea.
Rusia no quería el acuerdo. Sentía que Ucrania se alejaba para siempre de la esfera de influencia de Moscú. En consecuencia, inyectó una enorme suma de dinero y prometió más fondos, que Yanukovich aceptó.
En noviembre de 2013, Nayem llamó a sus seguidores a protestar en la plaza de la independencia, conocida como Maidan. Primero vinieron unos cientos; luego unos miles… después decenas de miles.
No era la primera vez que los ucranianos protestaban.
Es posible que la tecnología haya cambiado, que ahora haya teléfonos inteligentes, pero el deseo, el espíritu era el mismo de hace diez años en la llamada Revolución Naranja.
Se erigía sobre la no aceptación de la manipulación, del intento de "comprar" al país para unirse a algo que no deseaba: hacerlo regresar a los estándares soviéticos en una especie de unión con Rusia. Era la muerte de un sueño.
Es importante entender que buena parte de los manifestantes de Maidan pertenecen a esa primera generación que nació, creció y se educó después de la independencia del país. Querían un nuevo pacto social que remeciera los conceptos de lo que es bueno y es malo.
Sobre ese terreno fértil cayó el tuit.
Eventualmente, la policía intentó dispersarlos brutalmente; más de 100 personas murieron en Kiev, en el corazón de una capital del continente europeo.
A partir de entonces, comenzaron los intentos de acuerdo que no llegaron a nada.
El presidente fue derrocado -en lo que Rusia describe como un golpe y los ucranianos llaman revolución popular-, se convocó a elecciones, se eligió a un nuevo presidente, Petro Poroshenko, y un nuevo Parlamento. Y desafortunadamente, una nueva guerra tuvo lugar.
Algo para lo que el país no estaba preparado.
La historia se queda
Lo que pasó en 2014 en Ucrania ilustra el hecho de que en Europa la historia nunca desaparece.
Hace poco más de 20 años, el 5 de diciembre de 1994, las tres potencias nucleares del momento -Rusia, Estados Unidos y Ucrania, además de Reino Unido- firmaron un memorando en Budapest en el cual Kiev accedía a renunciar a su condición nuclear.
A cambio, se le garantizaba la integridad territorial, la inviolabilidad de sus fronteras y el respeto de su política interna. Nada de esto se ha materializado.
Nunca más claro que con la anexión rusa de Crimea, que se materializó en marzo de este año.
Crimea, en el sur de Ucrania, siempre había sido un punto sensible para la Federación Rusa. Es el lugar donde el Imperio ruso libró una de sus muchas guerras contra el Imperio otomano.
Algunos analistas opinan que si uno escucha con cuidado al presidente Putin, se encuentra con que no está tratando de rescribir la historia, sino de retrocederla a las fronteras que marcan su pasado imperial. Los desórdenes en Ucrania fueron una oportunidad que no dejó pasar.
Para Kiev fue muy difícil responder: había vendido la mayoría de su arsenal bélico y reducido su enorme ejército de 400.000 soldados en los años 90 a cerca de 130.000 en 2013. Y con esto debía hacer frente a la enorme maquinaria Rusia, con su experiencia, arsenal y entrenamiento.
Moscú vio un momento para atacar, para tomar este territorio -también bastión estratégico desde el punto de vista militar- y lo hizo usando métodos que justificó con el argumento del apoyo popular.
Luego vinieron los movimientos separatistas en el este del país. Algunas regiones siguieron el ejemplo de Crimea y llamaron a referendo, lo que llevó a la proclamación de nuevas repúblicas, no necesariamente reconocidas, pero según muchos, financiadas y apoyadas por Rusia.
Rusia ha negado estar involucrada militarmente, pero no el hecho de que muchos ciudadanos rusos están peleando del lado de los rebeldes.
Víctimas inocentes
El área que controlan estas "repúblicas" es muy pequeña, pero la cifra de víctimas es muy alta.
Hasta principios de diciembre, más de 5.000 personas habían muerto.
Las bajas ocurren entre civiles, soldados ucranianos, fuerzas rebeldes y efectivos rusos, un hecho del que no suele hablarse en los medios rusos -controlados en su mayoría estatalmente- y donde el nivel de propaganda a favor del gobierno de Putin abunda.
Esta tragedia también ha tenido repercusiones internacionales. Quizás la más palapable sea la muerte de los extranjeros inocentes que iban en el vuelo MH17 de Malaysian Airlines y que fue derribado el 17 de julio en circunstancias todavía no completamente aclaradas.
Las sanciones económicas han dado pie a que Rusia busque activamente el apoyo de países que no están necesariamente aliados con Estados Unidos.
Eso incluye Argentina, Venezuela, Cuba y Turquía, e incluso países dentro de la Unión Europea como Hungría e Italia, con los que busca desequilibrar la unidad con la que la UE adoptó sanciones frente a Rusia.
En territorio ruso, mientras tanto, los sentimientos antioccidente, como resultado del apoyo de EE.UU. al gobierno ucraniano, no tienen precedentes.
Así que, por un lado, la naturaleza de el estatus quo que derivó de la II Guerra Mundial -basado sobre el respeto a las fronteras- está en tela de juicio.
Y, por el otro, muchos afriman que lo que hace tres o cuatro años sólo era una posibilidad teórica -una nueva Guerra Fría- está ocurriendo de palabra y de hecho.
Estancamiento
Hoy la situación es de estancamiento y es difícil ver cómo puede resolverse sin recurrir a la fuerza militar.
Económicamente, nadie es ganador. En el humanitario, todos son perdedores. En el político, algunos observadores piensan que si Rusia realmente lo quisiera, el conflicto terminaría en corto plazo. Pero en estos momentos parece no haber ninguna voluntad política para ello.
En el transcurso, el acuerdo con la Unión Europea que dio pie a las protestas fue firmado y entró en vigencia.
A la luz del conflicto y el baño de sangre, podría parecer un hecho menor en la historia de lo ocurrido en Ucrania en 2014.
¿Podría decirse que el movimiento iniciado por aquella generación de Maidan fue "secuestrado" por la intervención rusa, que lo transformó en un conflicto armado por el control de territorio? Realmente no lo creo.
Lo que aquellos manifestantes pedían se logró quizás en un 50% o 60%. Lo inesperado fue la guerra, la pérdida de vidas, la pérdida de parte de Ucrania, todos costos que nadie podía haber predecido. Ese es el otro 40%.
Pero la historia frecuentemente no se mide en puntos porcentuales. Simplemente ocurre.
BBC Mundo