El acto por el Día de la Democracia el pasado 10 de diciembre se pareció más a un acto político partidario que a una celebración por la democracia. Con discursos que muestran un ensimismamiento y un aislamiento seguido de desconexión con la realidad, Cristina Fernández de Kirchner y Alberto Fernández mostraron, una vez más, una incapacidad evidente para poder leer los resultados electorales del 14 de noviembre, cuando el Frente de Todos (FdT) perdió por más de ocho puntos a favor de Juntos por el Cambio (JxC).
No es posible soslayar el discurso de la vicepresidenta, que evocó la belicosidad a la que acostumbró a buena parte de los argentinos durante sus presidencias y que terminó por extenuar a punto tal de infligirle una fuerte derrota en 2015 a manos de Mauricio Macri. La búsqueda de chivos expiatorios y la visión conspiranoica de la democracia cada vez que el FdT fue derrotado, limita la exploración de alternativas para responder a los requerimientos de los ciudadanos cada vez que incrementan sus exigencias a las que no se les ofrece soluciones a la altura de las circunstancias.
No faltaron las ironías que esconden ideas extrañas a la democracia. Tampoco la omisión de los contextos ayuda a desentrañar una convicción hacia dicho sistema. Es cierto que el Fondo Monetario Internacional (FMI) condicionó inexorablemente los desenlaces de Raúl Alfonsín y Fernando De La Rúa. Pero la realidad es que el Partido Justicialista (PJ) a través de sus figuras preponderantes, como los gobernadores y los sindicalistas, contribuyó a erosionar a los mandatarios. Sumamente polémico ha sido el rol que desempeñaron en la tan “honrosa” labor de horadar las figuras de Alfonsín y Menem, personajes como Saúl Ubaldini y sus catorce paros generales en los ochenta o Hugo Moyano y su confrontación contra la Alianza entre 2000 y 2001.
Por otra parte, resultó paradójico que el acto en el que se pretendía celebrar el Día de la Democracia y el regreso a la vida institucional regida por el voto ciudadano en 1983, no haya contado con la pluralidad de voces que son, en esencia, nexo indisoluble con un sistema democrático que se precie de tal. Más no resulta sorprendente dicho acto: por desgracia, las convicciones demócratas del FdT distan mucho de ser ciertas. Desde el respaldo brindado –silencio cómplice mediante frente a las denuncias por violaciones a los derechos humanos- en países de la región como Venezuela o Nicaragua, amén de las propias restricciones que llevó a cabo el gobierno nacional so pretexto de una pandemia y una situación epidemiólogica que no obstaculizó, de todas maneras, que la esposa del presidente Fernández, Fabiola Yañez, haya festejado su propio cumpleaños con numerosos invitados o la realización de celebraciones multitudinarias sin ningún tipo de consideración de la situación sanitaria atravesada –como el velatorio de Diego Armando Maradona o las visitas con muchedumbre fiel en la provincia de Formosa-; son nomás que someros ejemplos, más no por ello bastante contundentes sobre el significado de conceptos como igualdad ante la ley, pilar fundamental para una democracia con Estado de Derecho.
Si bien antes del inicio de los actos celebratorios se le otorgó al histórico dirigente de la Unión Cívica Radical (UCR), Hipólito Solari Yrigoyen, el premio Azucena Villaflor en reconocimiento a su labor por los derechos humanos y la democracia, no podemos limitar ni subsumir la defensa de la democracia a la entrega de distinciones y reconocimientos. Por suerte, la democracia y su defensa es algo que amerita una dedicación que requiere del compromiso de millones de ciudadanos en la vida cotidiana pero también en los funcionarios que ocupan lugares en las Cámaras nacionales y provinciales, los cuerpos deliberativos locales, las intendencias, gobernaciones, los estrados judiciales, los militantes del sindicalismo y los trabajadores de los medios de comunicación que tanto han proliferado gracias a la magia de la Internet y el aprovechamiento de las nuevas tecnologías de información y comunicación.