| 11 de enero

Ambiente, desarrollo y democracia: reflexiones sobre las marchas ambientalistas

Por Javier Vázquez* Hace tiempo que la ciudadanía argentina se moviliza frente a cuestiones ambientales. En la primera década de este siglo en Entre Ríos, con epicentro en Gualeguaychú, hubo un fuerte rechazo contra la instalación de la Pastera Botnia, rechazo que aún está presente en las calles de esa ciudad.

Por Javier Vázquez* Hace tiempo que la ciudadanía argentina se moviliza frente a cuestiones ambientales. En la primera década de este siglo en Entre Ríos, con epicentro en Gualeguaychú, hubo un fuerte rechazo contra la instalación de la Pastera Botnia, rechazo que aún está presente en las calles de esa ciudad.
 
Además de Gualeguaychú, podemos recordar: Catamarca, Mendoza y Chubut frente a la minería, Tierra del Fuego y las Salmoneras, Rosario y las quemas; hace unos días: Mar del Plata y la exploración de petróleo Offshore. Sin olvidarnos del debate sobre las Granjas industriales de cerdos.
 
Aquí no busco discutir si es un error o no estar en contra de las pasteras o de las Granjas de Cerdo. Sino poner luz sobre el fenómeno de las movilizaciones ambientales, que frente a un modelo de gobierno que no logra dialogar con la ciudadanía, estos reclamos se transforman en “anti”, porque la ciudadanía no cree en las propuestas productivas de la política. No hay en la Argentina un espacio de debate sobre el modelo de desarrollo, pero hay muchos interesados en debatirlo.
 
Lamentablemente venimos de muchos años de un modelo productivo que dilapida la renta del capital natural y en donde los indicadores de biodiversidad están a la baja. 
 
Esto quiere decir que el Capital Natural (que nos permite vender gas , petróleo, soja, ganadería, cobre, etc etc) y genera las divisas que sostienen la economía argentina (que nunca dejó de ser un país exportador de materias primas) no se invirtieron en cuidar ese Capital Natural, ni tampoco se invirtieron, por ejemplo, en Capital Intangible como ser: educación, capacitación de recursos humanos, etc. lo que permitiría gradualmente depender menos de la explotación de nuestros recursos naturales, disminuir la presión sobre los ecosistemas y mejorar la calidad de vida de la población.
 
En cambio estamos demorados en la inversión educativa, tenemos deudas terribles en infraestructura, generación de empleo e índice de desarrollo humano. Y nuestros indicadores de Biodiversidad están cada vez peor.
 
Hay dos problemas que interpelan a la política y la agenda ambiental:
 
     ⁃ El modelo productivo global está en transición hacia uno con menor huella de carbono. Un modelo de desarrollo sostenible que se expresa en cambios tecnológicos, sociales y económicos. La manera de producir y de consumir cambiarán. Y la eficiencia será medida en Disminución de C02.
 
  ⁃ Por otro lado, la ciudadanía reclama y busca debatir ese modelo de desarrollo. Pensar en sostenibilidad no es solo preocuparse de la agenda ambiental, sino que se basa en la transparencia y el acceso a la información para lograr la licencia social.
 
Es decir, incorporar e informar a la población, dejando atrás un modelo opaco en donde el “poder” decide qué y dónde se produce o se explota.
 
En este sentido la democracia y política argentina (sobre todo la coalición gobernante) no han mostrado sentirse cómodos con esta agenda Verde. Enfrentamos desafíos, dilemas y conflictos del Siglo XXI con propuestas, discursos y acciones del siglo XX.
 
El ministro de ambiente nacional Cabandie, en los últimos días hizo declaraciones como si fuera un relator de fútbol, un comentarista de un programa de televisión cuando tiene a cargo la cartera que debe delinear las acciones climáticas, eje fundamental de la economía baja en carbono.
 
En estos años se está discutiendo a nivel global un nuevo modelo productivo: más eficiente en el uso de recursos y materias primas; más tecnológicas y digitales; y de menores emisiones de gases de efecto invernadero.
 
Esto quiere decir que será un modelo productivo construido sobre la Economía Circular y la economía pensada desde la naturaleza; donde productos físicos serán digitales y la alfabetización tecnológica y digital será central; y donde la rentabilidad será medida en disminución de C02.
 
Argentina hoy está muy lejos de esta discusión. El debate internacional lo vemos de costado, como que no lo terminamos de entender. Mientras estamos gastando divisas para quemar carbón en Río Turbio, ya salen los autos eléctricos y autónomos.
 
Se busca imponer, con algunos trucos de politiquería, proyectos e iniciativas que desde el inicio tienen poca aceptación social. Para la construcción del “Desarrollo Sostenible” la política no puede imponer un modelo desde el escritorio de un ministro. Cambió el siglo, las tecnologías y también la ciudadanía. Es necesario actualizar el “manual” que se usa para pensar el desarrollo económico del país. 
 
Incorporar el debate público, la licencia social para los proyectos; donde el sector privado dialogue con la sociedad de manera transparente.
 
Impulsar proyectos que reconstruyan ecosistemas; regeneren biodiversidad; con lógica biosistémica; que se basen en el uso eficiente de recursos y en la reducción de emisiones, probablemente tengan mejor recibimiento por parte de la ciudadanía. Por ahora no han habido manifestaciones contra parques eólicos, parques fotovoltaicos, huertas, puntos de reciclaje, dejar de usar sorbetes, bolsas o vasos plásticos. 
 
Es necesario pensar en Argentina un espacio donde se vincule el cuidado ambiental (Capital Natural), el modelo de desarrollo (que debe tender hacia la sostenibilidad) y la democracia (que debe actualizar herramientas de participación ciudadana); donde la toma de decisiones se realice con mayor transparencia y horizontalidad. Adjetivos que nuestra política conoce poco.
 
*El autor de la nota es especialista en Desarrollo Sostenible del Instituto Lebensohn 
 
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