Tras las renuncias de Elizabeth Gómez Alcorta, Claudio Moroni y Juan Zabaleta en los ministerios de la Mujer, Trabajo y Desarrollo Social, respectivamente, no se avizoran cambios de rumbo en un gobierno que está acorralado por la incapacidad para enfrentar las circunstancias pero también por muchos de sus propios integrantes (como el kirchnerismo) que boicotean el devenir cotidiano.
Abstraerse de las circunstancias globales que debió afrontar Alberto Fernández apenas asumió (y cómo lo hizo), nos permite entender el grado de descalabro en el que nos encontramos. Con una cuarentena que, en su fase más estricta, fue una de las más largas del mundo, la caída del Producto Interno Bruto dobló el promedio de la región Latinoamericana. La instauración de dispositivos económicos de emergencia para sectores que quedaron expuestos a la precariedad en medio de la pandemia, para los cuales la emisión monetaria fue la solución, provocó un aluvión de circulante que potenció el círculo vicioso inflacionario que reapareció con el kirchnerismo y cuyo instrumento de medición sufrió una intervención de dudosa fiabilidad técnica. Fiabilidad que, vale recalcar, sufrió un nuevo embate tras la realización, en mayo de 2022, de un Censo que tuvo carencias operativas tan indisimulables que incluso se duda notoriamente de la confiabilidad de sus resultados.
Si bien la gestión de Fernández podía pecar de cierta inutilidad para administrar una crisis de estanflación, la pericia política no deja de ser un elemento primordial para entender el estado de situación.
Fernández fue nominado por Cristina Fernández de Kirchner en un intento (exitoso) de derrotar a Cambiemos en 2015 colocando en el primer lugar de la fórmula a quien podemos considerar es el primer operador político que llega a la Primera Magistratura. Por tanto, alguien cuyo rol siempre estuvo más ligado a las negociaciones entre las sombras y los pasillos del poder, recibiría la luz de los reflectores.
Alberto Fernández, refractario a las transparencias, sufrió el fuego de las críticas cuando se descubrió que en plena pandemia recibía personajes de diversa laya en la Quinta de Olivos y celebraba fiestas sin ningún tipo de pudor. Una credibilidad decreciente, conjuntamente con la pérdida del respeto a la palabra y a la investidura presidencial, fue devorando el capital político que podía sostener el presidente. El resultado de las elecciones legislativas de 2021 fue peor de lo previsto. Pero las respuestas no variaron. Victoria Tolosa Paz, nueva ministro de Desarrollo Social, dijo que "con el peronismo siempre se garchó". Daniel Gollán, diputado nacional y vacunado VIP, habló del "plan platita". Pero todo se resolvió mucho más simple: se decidió que había terminado el Covid19 y se flexibilizaron actividades por doquier. La necesidad electoral tiene cara de hereje y el primer herético fue el nuevo jefe de Gabinete, Juan Manzur, gobernador de Tucumán que asumió dicho cargo tras resolver el gran problema de la elección del delegado personal que debía hacerse cargo de la gobernación, dado que Manzur se encuentra enemistado con su vicegobernador, Osvaldo Jaldo. Nuevamente prevalecen las nimiedades tribales en detrimento de la construcción responsable.
Cada semana que pasa, la gestión de los Fernández es un descenso por los círculos del infierno. Pocas veces se registra tal nivel de ansiedad por la próxima elección presidencial que deposite en Balcarce 50 los nuevos responsables de traer esperanza a los argentinos.
Tolosa Paz; la puntana Ayelen Mazzina en el lugar de Gómez Alcorta; y la histórica dirigente del peronismo porteño, Kelly Olmos, ex mano derecha del ministro del Interior de Carlos Menem, Carlos Corach, son los cambios que anunció Fernández para que nada cambie.
Una dirigente que hace una extraña asociación entre el peronismo y el sexo; una dirigente del peronismo puntano como modo de agradecimiento a los hermanos Rodriguez Saá por haber aportado los votos en la Cámara de Senadores para dar media sanción a la ampliación de la Corte Suprema de Justicia de la Nación; y una dirigente del Partido Justicialista (PJ) que encarna la añoranza de volver a los 90 que predican algunos profetas del desparpajo; no representan, a priori, una voluntad por generar un cambio que permita mirar con mejores perspectivas el futuro cercano.
La preocupación porque no explote todo pero también por llegar con un mínimo nivel de dignidad a los próximos comicios presidenciales no pueden ni deben ser las aspiraciones de un gobierno. Pero lo son y así resultan en un gobierno acorralado por propios y extraños.