| 18 de abril

El 18 A como interpelación a la clase política argentina

Si hay algo aleccionador, lamentable pero auspicioso, es una protesta como la del llamado 18 A, en la que ciudadanos movidos por un reclamo que, contra lo que se pronuncia desde los ámbitos oficiales, no es contra el gobierno nacional sino contra el conjunto de la dirigencia política e institucional, oficialismo y oposición.

Si hay algo aleccionador, lamentable pero auspicioso, es una protesta como la del llamado 18 A, en la que ciudadanos movidos por un reclamo que, contra lo que se pronuncia desde los ámbitos oficiales, no es contra el gobierno nacional sino contra el conjunto de la dirigencia política e institucional, oficialismo y oposición.
Aleccionador es porque evidentemente se pretende despertar la vocación de lo que Santo Tomás de Aquino denominaba “política arquitectónica”, esto es, la búsqueda del poder para generar una transformación de la realidad que nos circunda. Y hoy podemos decir que, discursivamente, los políticos oficialistas y opositores buscan transformar una realidad pero, fácticamente, ni unos ni otros están empeñados en hacerlo. El Gobierno nacional no hace más que negar una realidad que está a metros de la Casa Rosada o cruzando la avenida Eduardo Madero del barrio homónimo, donde tienen su domcilio gran parte de los funcionarios “nacionales y populares”, empezando por el vicepresidente Amado Boudou. En tanto, la oposición, por más que muestre movimientos ágiles y expeditivos por constituirse en la alternativa de la renovación parlamentaria de octubre, sigue dubitativa frente a las consecuencias de un modelo político cuestionable en más aspectos de los que la misma oposición suele enfocar. Y aunque Alfonsín, Binner, Pino Solanas, Carrió, entre otros, intenten ser los actores protagónicos de la vida política de los próximos años poskirchneristas; lo cierto es que Alfonsín tiene como mayor mérito imitar los gags y la pose de su padre, Raúl, quien a pesar de los vaivenes de la vida política, sigue siendo aceptado como uno los padres de la democracia de este país, a diferencia de Néstor Kirchner, quien es visto como el padre de las fortunas que gozan personajes como Lázaro Baez o la presidente Cristina Fernández. Carrió, en su afán denunciador (algo encomiable), no logra pasar de ese papel que sin dudas es insuficiente para la construcción de una política constructiva y no destructiva. Binner, por momentos acercándose a la Unión Cívica Radical (UCR) y por otros instantes planteando la inutilidad de una foto en las escalinatas de Tribunales, sólo muestra un desconocimiento de las señales y su valor en la política. Si la política no fuesen símbolos y señales con alto valor, no podríamos  explicar el éxito de la política de legitimación que llevó adelante Kirchner luego de haber asumido en 2003, cuando había obtenido sólo el 23 % de los sufragios. Pino Solanas, por su lado, es un rara avis de la política. Cineasta de prestigio por su denuncia a través del arte donde plasmó la realidad que el modelo de concentración y exclusión socioeconómica implicó para la Argentina de fines del siglo XX, hoy es beneficiario del humor político de uno de los electorados más volátiles, como es el de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, pero a su vez su discurso que mezcla nacionalismo a la vieja usanza de Hipólito Yrigoyen o Juan Domingo Perón con pretensiones de aggionarlo al siglo XXI bajo los ropajes de las democracias occidentales. ¿Qué puede resultar de esa mezcla de ideales de los “buenos viejos tiempos” que tuvo la Argentina con una economía que no goza de la impermeabilidad a nivel mundial a la hora de implementar políticas públicas de mediano y largo plazo? No es algo que estemos en condiciones de prever, sobre todo si consideramos que no se ve, hoy por hoy, que pueda acceder a posiciones de poder y así llevar a cabo las propuestas que forman parte de su programa legislativo y parlamentario.
Lamentable es, por todo esto, que sea la ciudadania la que reclame actitudes propositivas y constructivas, aunque resulta un fenómeno de las nuevas democracias cada vez más pobladas de indignados y descontentos con con lo que es un modelo de gestión y administración de la cosa pública del que parecen tomar porción por acción o complicidad tanto oficialistas como opositores. Aumentos en las dietas de los legisladores, desinterés por investigar el uso, abuso y discrecionalidad en el Presupuesto del Congreso de la Nación porque, como han dicho legisladores que uno tendría por opositores a la “dictadura kirchnerista”, dentro de todo “Boudou nos permite cubrir las necesidades financieras de nuestros bloques en tiempo y forma”, sea per se o a través del personal de la Secretaría Administrativa del Senado.
Sin embargo, la actitud “indignada” que muestra este 18 A, no podemos menos que aplaudirla, pues lleva impregnado el interés por el futuro del país, por los atropellos que se cometen, por las complicidades que directa o indirectamente sostienen oficialistas y opositores, por la ineptitud de un Gobierno que a pesar del robo sufrido por el Secretario de Seguridad, Sergio Berni, recién  habló de inseguridad cuando la primera mandataria fue al barrio Tolosa, en La Plata, por temor a ver lo que pudiera llegar a ocurrir en las cercanías de su casa de infancia y donde aun vive su madre. Esta actitud indignada no es el 2001 ni mucho menos. Allí el sistema implosionó y la sociedad buscó alternativas revolucionarias, como el famoso club del trueque o el cambio del régimen político en una remake de una quimera rousseaniana. Este episodio es sin lugar a titubeo más realista pero no por ello menos demandante y exigente hacia lo que es una clase política que, en la esencia, se sigue comportando como una clase social que, en palabras del filósofo Antonio Gramsci, lo es porque más allá de las diferencias, defienden los mismos intereses y expresan las mismas preocupaciones en pos de poder ascender o mantener sus privilegios. En un país que creció a tasas chinas durante años ya no se permite tener el desinterés social. El interés está y se llama 18 A.

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