Fuentes del gobierno nacional encabezado por Alberto Fernández anticipan que, a partir de la incorporación de Sergio Massa al gabinete de ministros, el rol que tendrá el presidente será más enfocado en el manejo de las relaciones exteriores y la representación ante otros Estados soberanos, de modo de no exponerlo políticamente en el frente interno. Los riesgos que conlleva esta tarea son varios y las contradicciones a las que se someterá el Frente de Todos no van a ser para minimizar.
La democracias parlamentarias comúnmente recurren a la figura del primer ministro para diferenciar la administración interior del gobierno de la representación ante otros Estados. Si bien ambos pertenecen al partido de gobierno, comúnmente el primer ministro puede resultar siendo un fusible ante crisis que requieran de algún cambio. Así sucede en Italia, por ejemplo, en donde el presidente Sergio Matarella debe afrontar el reemplazo de Mario Draghi, que recientemente renunció al cargo. Raúl Alfonsín, cuando propone la creación de la figura del jefe de gabinete en la reforma constitucional de 1994 por inspiración, en su momento, del Consejo para la Consolidación de la Democracia, lo hace pretendiendo emular la figura del primer ministro para que ante alguna crisis que afecte a un gobierno, el peso recaiga, precisamente, sobre el jefe de gabinete y no sobre el presidente. La idea de preservación de la democracia y la convicción de generar mecanismos que reduzcan el impacto que las recurrentes crisis golpean a la Argentina podrían ser los motivos por los cuales Alfonsín proyectó esta idea, a priori muy interesante pero cuya aplicabilidad resultó ser contraria a la filosofía que guió dicha propuesta.
Plantear que Massa es "superministro" en tanto y en cuanto logró la unificación de carteras como Producción y Agricultura. Sin embargo, no posee control sobre algunas dependencias sumamente delicadas para garantizar el éxito de la tarea que debe enfrentar al frente del nuevo Ministerio. La Administración Federal de Ingresos Públicos (AFIP), queda a cargo de Carlos Castagneto, un hombre proveniente del kirchnerismo cristinista. El Banco Central, tan vilipendiado por el nivel de emisión monetaria que lleva adelante, sigue en manos de Miguel Pesce, quien no pertenece al equipo del Frente Renovador y tiene más vínculo (dañado pero vínculo al fin), con los restos esqueléticos del albertismo nonato. Las áreas energéticas, que tanto dolor de cabeza le han provocado al ex ministro Martín Guzmán en su titánica intención de lograr un aumento de tarifas que permitiera empezar a reducir el impacto que los subsidios tienen en el déficit fiscal vernáculo, también quedan en manos del kirchnerismo cristinista. ¿Cómo hará Massa para compatibilizar sus ideas de "cirugía sin anestesia" que deberá empezar a realizar sin tener control de los dispositivos que le permitan llevar adelante con precisión de relojería suiza la labor?
Se ha pretendido comparar a Massa con Domingo Cavallo. Algunos con Cavallo de 1994/95, otros con el de 2001. ¿A cuál de los dos se parece más? El de los años noventa no sólo tuvo poder para llevar adelante una política económica. También tuvo el respaldo pleno del entonces presidente Carlos Menem, que también tenía un poder que no dudaba en ejercerlo. El de 2001 quizá tenía el respaldo político del presidente Fernando De la Rúa, pero este no tenía espalda, dado que ya le habían renunciado el vicepresidente Carlos "Chacho" Alvarez, el jefe de Gabinete, Rodolfo Terragno; y el ministro de Economía, Ricardo López Murphy. Tampoco gozaba del beneplácito de la Unión Cívica Radical (UCR) ni de los líderes partidarios principales: Eduardo Duhalde del Partido Justicialista (PJ), que de hecho había abogado por salir de la convertibilidad entre el dólar estadounidense y el peso argentino (criatura favorita engendrada por Cavallo) y el ya mencionado Alfonsín, que promovía con Duhalde la idea de salir del corset que terminaba siendo la convertibilidad.
Relegar a Fernández a un rol decorativo similar al de un jefe de Estado de una democracia parlamentaria y depositar en Massa las expectativas de ponerse al frente de una estabilización del país, es desconocer el rol de un ministro de Economía e ignorar que las condiciones para que el líder del Frente Renovador logre hacerlo no son las necesarias. Más bien, Massa tendrá que empezar a sortear los obstáculos de un kirchnerismo reacio a aumentar tarifas (y por ende reducir subsidios pese a una segmentación que tiene más probabilidades de fracasar que de ser un éxito), de un Banco Central que sigue dándole a la maquinita como si no hubiera un mañana, un gabinete que difícilmente aceptará ajustar sus gastos y unas provincias que no aceptarían, a priori, ver reducidos los giros discrecionales del Tesoro Nacional.