La tapa del pasquín propagandístico ultraoficialista, Página 12, en la que relaciona a la ministro de Educación de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Soledad Acuña, con el nazismo, no sólo roza el mal gusto: también muestra hasta qué punto asistimos a la agonía de la ética periodística cuando tan honorable profesión es denigrada por quienes usan los medios para difamar a un sector político forzando las "pruebas" que insinúan la adhesión a ideologías totalitarias. Paradójicamente, semejante insinuación la hace un periódico de abierta simpatía por el Gobierno nacional, integrado, entre otros, por el Partido Justicialista (PJ), cuyo líder, Juan Domingo Perón, promovió durante sus primeras presidencias entre 1946 y 1955 el ingreso de refugiados nazis a la Argentina.
El periodista e historiador Uki Goñi, en su conocido libro La Auténtica Odessa, reseña la apertura política que lideró Perón en los años 40 y 50 para con los criminales de guerra. Incluso, Goñi, que fue entrevistado por Página 12 en 2002 (cuya entrevista puede leerse aún en
https://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-14198-2002-12-15.html ), documenta algunos de los encuentros que el propio líder justicialista mantuvo en la Casa de Gobierno con quienes hacía pocos años formaban parte de la temible y sanguinaria estructura dispuesta por Adolph Hitler para exterminar judíos, comunistas y homosexuales durante los años de la Segunda Guerra Mundial en vastos rincones de Europa.
Es indudable que las declaraciones de Acuña en relación a que muchos docentes provienen de sectores socioeconómicos carenciados y optan por el ingreso a la docencia como última opción, resulta no sólo desafortunado sino también sumamente grave, ya que su función como titular de la cartera educativa es, precisamente, minimizar las desigualdades de origen en pos de una sociedad más igualitaria e inclusiva. Pero sostener, como lo hizo Página 12, que dichas declaraciones pudieran tener relación con una formación en una institución educativa "dirigida" por el criminal nazi Erich Priebke, no sólo es de una bajeza intelectual que amerita el repudio de los comunicadores sino también muestra un sesgo claramente partidista en el marco de un proselitismo injustificable aunque explicable.
Es sabido que la campaña electoral para 2023 ya inició. Alberto Fernández, frente al creciente descontento por los resultados de una cuarentena diseñada para priorizar la salud por encima de la economía que terminó siendo un fracaso en la salud y la economía, optó, primeramente, por quitar arbitrariamente a la Ciudad Autónoma de Buenos Aires puntos porcentuales de la coparticipación federal de impuestos remitidos por el Gobierno nacional (en aquel momento encabezado por Mauricio Macri) para solventar el traspaso de la Policía Federal a la Policía Metropolitana, reclamo largamente dilatado por las sucesivas administraciones nacionales. Dicho anuncio, que constituyó, a priori, un intento de vulnerar ahogando financieramente al distrito sólo por estar gobernado por un dirigente de la principal coalición opositora, fue la punta del iceberg de revanchismo que continúa como política oficial.
Los recientes embates de sindicatos de docentes porteños contra la administración de Horacio Rodríguez Larreta en contra del regreso a clases bajo modalidades diferenciales de modo de compensar los meses perdidos, también son parte de un tópico que cuenta con el beneplácito del ministro de Educación de la Nación, Nicolás Trotta, ex rector de la UMET y ladero de uno de los dueños de Página 12, el sindicalista Víctor Santamaría.
Por último, no menos sorprendente es que los mismos que hoy acusan de discriminación a Acuña, sean los mismos que optaron por mirar a otro lado cuando la entonces presidente Cristina Fernández dijo que los docentes trabajaban 4 horas por día y gozaban de 3 meses de vacaciones. Pareciera, en una eventual búsqueda del beneficio de la duda, que Acuña y Fernández de Kirchner, con sus declaraciones, cerraron la grieta.