| 2 de noviembre

Lecciones de los comicios en Brasil

Los comicios presidenciales, cuya segunda vuelta se realizó el pasado domingo 30 de octubre en la República Federativa de Brasil, deja lecciones de interés para el resto de Latinoamérica en gral y, particularmente, para la Argentina. Una derecha y ultraderecha organizada, una creciente preponderancia de las iglesias evangélicas como actores políticos y las perspectivas de un Lula Da Silva más proclive a un multilateralismo, son algunos de los tantos puntos que nos llevan a reflexionar.

Los comicios presidenciales, cuya segunda vuelta se realizó el pasado domingo 30 de octubre en la República Federativa de Brasil, deja lecciones de interés para el resto de Latinoamérica en gral y, particularmente, para la Argentina. Una derecha y ultraderecha organizada, una creciente preponderancia de las iglesias evangélicas como actores políticos y las perspectivas de un Lula Da Silva más proclive a un multilateralismo, son algunos de los tantos puntos que nos llevan a reflexionar.
 
Primeramente, la lección más relevante, más allá de lo ajustado del resultado, es la existencia de un conglomerado de derecha y ultraderecha mucho más organizado. El Partido de los Trabajadores (PT), aliado al Partido Socialdemócrata (PSDB), que dio al vecino país los presidentes más relevantes de las últimas décadas, como Fernando Henrique Cardoso y Luiz Inacio "Lula" Da Silva, conformaron una alianza que, aun con la importancia histórica que tienen, no logró superar por mucho al mandatario saliente, Jair Bolsonaro. En un mundo en donde las alianzas de derecha han logrado grandes avances electorales, la presencia de este espectro ideológico triunfante en quince gobiernos estaduales de Brasil y con mayoría en el Parlamento, es un fenómeno que no debemos soslayar. Italia y su gobierno encabezado por Giorgia Meloni, productro de una alianza con la Liga del Norte de Matteo Salvini y Forza Italia de Silvio Berlusconi; Estados Unidos con su histórico Tea Party, vertiente extrema del Partido Republicano y la presencia acechante de Donald Trump; Hungría con su Viktor Orban; el clan Le Pen, hoy encarnado en Marine, en Francia; y Vox, de la mano de Santiago Abascal, en España; son algunos de los experimentos más exitosos a nivel global. ¿Podrá Javier Milei, por caso, constituir un caso similar en Argentina? Si nos atenemos al resultado de las elecciones parlamentarias de 2021, Milei es el líder de una fuerza cuyo epicentro se ubica en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y la Provincia homónima, que ha debido tejer alianzas con encumbrados referentes de la casta que dice repudiar: los Menem en La Rioja o los Bussi en Tucumán. Pero, no es tanto la cantidad de bancas que pueda obtener en la renovación que acompañe al recambio presidencial de 2023, lo que lo torne de especial interés. Es la capacidad de romper con el sistema político "bi-aliancista" que tiene nuestro país después de la crisis de 2001/02, cuando Néstor Kirchner proclamaba la transversalidad y terminó, de algún modo, consolidándose a partir de 2011, cuando se manifestaban las primeras señales de avanzar en acuerdos programáticos entre la Unión Cívica Radical (UCR), el Pro, la Coalición Cívica, entre otros, con el fin de hacer frente al Frente de Todos que contenía al Partido Justicialista (PJ) en un mismo envase electoral junto a partidos como Nuevo Encuentro y el antiguo Frente País Solidario (FREPASO).
 
Si bien las iglesias evangélicas y la influencia que estas tienen en la discusión política están asociadas a temas específicos, como el matrimonio igualitario o la legalización del aborto, la actualización de los objetivos contra los cuales embestir está a la orden del día. La ampliación de los alcances de la educación sexual, el eventual fortalecimiento del carácter laicista del Estado, la conocida como "ideología de género" en la cual se engloban distintos conceptos pero que, en términos generales, focalizan en la restricción de la educación sexual al ámbito de la familia como unidad primaria de socialización; son algunos de los temas en los que los cultos cristianos han buscado instalar en el ámbito público sus ideas y capacidad de presión en busca de respuestas satisfactorias a sus intereses. En Argentina, si bien la legislación en materia de diversidad sexual es de vanguardia a nivel global, todavía se percibe una fuerte importancia de los puntos de vista evangélicos. A esto no podemos dejar de sumar la presencia de la Iglesia Católica en algunas provincias de tradición y raigambre fuertemente ligada al clero.
 
Probablemente, cuando el kirchnerismo proyecta en Lula Da Silva un anhelo reconstructor de la patria grande latinoamericana, no lo hace tanto por simple aspiración política e ideológica, sino como necesidad nostálgica frente al decepcionante papel que el presidente Alberto Fernández desempeña al frente del Poder Ejecutivo. Los primeros gobiernos de Lula Da Silva coincidieron con los mandatos de Kirchner y de Cristina Fernández, que, a su vez, fueron los años del boom de precios de materias primas y de actividades extractivas, que permitieron a los argentinos, al brasileño y a Hugo Chávez en Venezuela, financiar sus proyectos para obtener rédito electoral. El problema es que Lula Da Silva asumirá al frente de la presidencia de un Brasil que no se parece a sus primeros dos períodos. Y de Fernández (Alberto, pero también Cristina), podemos decir básicamente lo mismo, como podemos advertir. Los límites del crecimiento, más que un techo de cristal, han sido una capa de hormigón que no pueden penetrar. Esta dificultad puede ser mayor o menor según la capacidad de adaptación y de flexibilidad de cada mandatario. Lo que algunos llaman (quizá con justa razón), "Teorema de Baglini, en alusión al célebre diputado radical Raúl Baglini que sostenía que el grado de responsabilidad de las propuestas son directamente proporcionales a la capacidad de acceder al poder; en realidad también puede ser la admisión de la importancia de dejar de lado las ideas y pasar a la practicidad de la gestión, en donde muchas veces la resolución de los problemas no puede quedar sujeta a los sistemas de pensamiento encorsetados que son, definitivamente, las ideologías. Lula Da Silva, en este sentido, si bien promoverá herramientas de integración regional, también será mucho más moderado en su gestión. No sólo por su avanzada edad (77 años), sino también por las limitaciones que el contexto político brasileño presente. Promover más divisiones, más diferencias, encender la belicosidad discursiva que tanto atrae a algunos políticos vernáculos, no serían las primeras opciones para el veterano dirigente petista.
 
Párrafo aparte amerita la reacción de Bolsonaro, que no sólo aún no reconoció el triunfo de Lula Da Silva sino que, como si fuera poco, anticipó que tiene pruebas "irrefutables" de un fraude consumado por el PT. El aislamiento que ello le provocaría puede significar también un golpe de gracia a las aspiraciones de los proyectos políticos que la derecha tiene en otros países en relación a la aceptación de las reglas de convivencia que una democracia tiene. Será cuestión de tiempo advertir si el presidente saliente priorizará sus apetencias personales o la consolidación a mediano plazo de su proyecto. 
 
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