Patrick Basham es académico asociado del Cato Institute y director del Democracy Institute.
Los consumidores de tabaco deberían estar obligados a obtener una "licencia de fumador" para comprar cigarrillos. Así sostiene el académico Simon Chapman en la revista PLOS Medicine. Él se imagina un sistema de "tarjeta inteligente" que le permitiría al Estado limitar las compras de los fumadores y animarles a abandonar el hábito.
El requisito de licencias es la última propuesta del movimiento antitabaco para "des-normalizar" el acto de fumar —es decir, para retratarlo como inaceptable y a los fumadores como pervertidos. Esto confirma que las élites de la salud pública sufren del síndrome de Mary Poppins: No descansarán hasta que todos seamos prácticamente perfectos en todo sentido.
Este tipo de paternalismo asume (incorrectamente) que los individuos están mal informados o son irracionales en sus decisiones, y que las consideraciones de la salud pública deben prevalecer sobre la libertad. En consecuencia, el Estado está obligado a forzar a las personas a conformarse con el consenso de salud pública. Los derechos de adultos, que en otras situaciones son considerados competentes, deben ser restringidos para protegerles de sus propias acciones insuficientemente consideradas. Así que los fumadores están sometidos a experimentos en tiempo real, diseñados para cambiar sus hábitos de consumo sobre la premisa de que es "por su propio bien".
De esta manera, los poderes de regulación del Estado definen y ejecutan una única visión de lo que constituye una buena vida. Esto reemplaza las consideraciones individuales acerca del riesgo y la recompensa —una intrusión significativa en la autonomía personal.
La des-normalización no está diseñada para suprimir el fumado y sus placeres concomitantes con una sola medida. Eso sería demasiado obvio y crudo, y despertaría una oposición demasiado apasionada. En cambio, la des-normalización utiliza instrumentos de ingeniería social, tales como las licencias y las prohibiciones para fumar en lugares públicos, para lograr que el fumado poco a poco vaya desapareciendo.
Sin embargo, a las sociedades democráticas-liberales inherentemente les incomoda la idea de que el Estado debería organizar nuestras vidas diciéndonos qué pensar, creer y ser; dirigiendo nuestros gustos y disgustos; estructurando nuestros placeres; y emitiendo juicios sobre lo que comemos, tomamos e inhalamos. Una propuesta para autorizar ciertos libros, obras de teatro, o asociaciones, por ejemplo, no sobreviviría un solo momento de consideración seria. Sin embargo, los paternalistas justifican la misma política aplicada al fumado argumentando que se trata de la salud pública.
Pero disminuir la autonomía personal con el pretexto de mejorar la salud sigue siendo una disminución de la autonomía personal. Como tal, es inaceptable en una sociedad libre.
En lugar de admitir que realmente están dando consejos en relación a sus valores, los paternalistas de la salud caracterizan sus directivas como científicas y por lo tanto incuestionables. El paternalista de salud le dice al ciudadano promedio: "Es un hecho científico que si usted para de fumar va a vivir por más tiempo. Por lo tanto, debe dejar de fumar".
Pero el paternalista en realidad está asumiendo una premisa adicional: Que la persona promedio valora una vida más larga más de lo que valora el placer de fumar. Tan pronto se revela esta suposición, el supuesto carácter científico de los paternalistas de la salud queda expuesto como un fraude. A pesar de que es la ciencia lo que le dice al ciudadano promedio que vivirá por más tiempo si no fuma, no es la ciencia lo que determina que él debería valorar más una larga vida que fumar.
Esto no quiere decir que las advertencias de los paternalistas de salud no son dignas de la atención del ciudadano promedio. Solo significa que estas no son pronunciamientos científicos incuestionables.
Después de todo, ¿por qué es una vida de 70 años llenos de placeres elegidos por sí mismo inferior a una vida de 75 años que ha sido privada de muchos de esos placeres? No estamos sugiriendo que 70 años repletos de placeres son necesariamente mejores que 75 años de abstinencia —solo que este es el tipo de decisiones que es mejor dejar en manos de los individuos.
Por otra parte, apartando las consideraciones morales, la licencia simplemente no alcanzaría su objetivo de hacer que los fumadores dejen el fumar. Un estudio académico descubrió que las preocupaciones de salud de un fumador son lo que conducen a cesar con el hábito. Los fumadores que deciden dejar de fumar voluntariamente —a diferencia de aquellos que se sienten empujados por la presión social o la legislación— tienen mucho más éxito.
Los paternalistas que pastorean el rebaño antitabaco piensan en la salud en términos de longevidad, y el fumado es un enemigo de la longevidad. Pero también es cierto —y de importancia mucho mayor para los fumadores y no fumadores por igual— que las licencias y otras herramientas de des-normalización son enemigas de la libertad.
Este artículo fue publicado originalmente en Philadelphia Inquirer (EE.UU.) el 3 de diciembre de 2012.