| 29 de mayo

Macro y después: El desafío de la productividad

La macroeconomía argentina se encuentra otra vez en un callejón sin salida. A mediados del año 1998 el sistema macroeconómico argentino resultaba insostenible, aunque no lo supiéramos. El sistema convertible no lograba absorber los shocks internacionales negativos que impactaban en la economía real de forma contundente. La apreciación cambiaria se acentuaba y apenas era atenuada por una deflación que generaba expectativas negativas en la rentabilidad empresaria. Los flujos de capitales externos

José Anchorena, Coordinador de Desarrollo Económico de la Fundación Pensar, analiza en un artículo publicado en El Economista, la situación macroeconómica del país y recomienda concentrarse en aumentar la productividad de los factores así como disminuir la dispersión de la productividad entre personas
La macroeconomía argentina se encuentra otra vez en un callejón sin salida. A mediados del año 1998 el sistema macroeconómico argentino resultaba insostenible, aunque no lo supiéramos. El sistema convertible no lograba absorber los shocks internacionales negativos que impactaban en la economía real de forma contundente. La apreciación cambiaria se acentuaba y apenas era atenuada por una deflación que generaba expectativas negativas en la rentabilidad empresaria. Los flujos de capitales externos que habían sido un componente indispensable del funcionamiento de la convertibilidad se cortaron abruptamente.
 
La insostenibilidad del “modelo” se tornó evidente: la inversión y el empleo se desplomaron en el período 1999-2001 (sobre todo en ese último año). Hoy el sistema es menos rígido, pues tenemos un régimen cambiario flotante. Pero tenemos déficit fiscal primario creciente (algo que no presentábamos desde 1996), desdoblamiento cambiario con el oficial fuertemente atrasado, inflación mayor al 20% con expectativas hacia arriba aún con estancamiento de la actividad, y un desmanejo monetario importante. Además, la inversión se ha desplomado y el empleo empieza a deteriorarse.
 
El sistema macroeconómico argentino es insostenible, tal como lo era en 1998, aunque en lugar de terminar con un estallido se ha desinflado, que – dándose sin gas. Lo llamativo del caso es que en ambos ciclos las razones para la inercia de política fueron muy fuertes. En aquella ocasión el sistema bimonetario se convirtió en una trampa perversa: una salida de la convertibilidad implicaba inciertas pero presumiblemente grandes transferencias de ingresos que nadie quería imaginar.
 
Los políticos respondían a esas incertidumbres con la promesa de que la convertibilidad seguía ad infinitum. En esta ocasión, sentar las bases de una macro sostenible en el tiempo implica deshacerse de un equipo (empezando por los “maravillosos cinco”) y de un relato. En los dos casos, implicaba pincharse a sí mismo la burbuja de falsas expectativas que se vivía. Si el Gobierno quisiera realmente encauzar al país en un camino de desarrollo, dejaría de perder el tiempo y usaría los casi tres años de Gobierno que le quedan para ordenar la macroeconomía con los costos políticos que eso conlleva.
 
Como no lo hará, lo tendrá que hacer el próximo Gobierno. Este tendrá dos ventajas: uno, no deberá pinchar su propio relato, sino que propondrá uno nuevo (esperemos que más acorde con la realidad) y, dos, pondrá de entrada un equipo cuya ideología esté más acorde con una macro sostenible y, por lo tanto, de mayor credibilidad y reputación, factores fundamentales para el éxito de un programa macroeconómico.
 
Ahora, establecer una macro sostenible es condición necesaria pero no suficiente para transformar en los próximos veinte años a la Argentina en un país desarrollado. Hoy, el ingreso per capita argentino es un tercio del de Estados Unidos (medido en paridad de poder adquisitivo). Por otro lado, la desigualdad de ingresos y de riqueza son bastante mayores: un Gini de 0.44 para nuestro país versus uno de 0.38 para Estados Unidos. Si nuestro país quiere avanzar en esos dos frentes, el de la riqueza y el de su distribución, deberá hacer una serie de reformas que excede largamente al ordenamiento macroeconómico.
 
En otras palabras, deberá concentrarse en aumentar la productividad de los factores así como disminuir la dispersión de la productividad entre personas, entre firmas y entre sectores de la economía. En esto hay que recordar las palabras de Paul Krugman: “La productividad no es todo, pero en el largo plazo es casi todo. La capacidad de un país de elevar en el tiempo sus niveles de vida depende casi enteramente en su capacidad de incrementar su producción por trabajador.”
 
Un camino deseable
 
En la Fundación Pensar estamos trabajando en un plan de aumento de la productividad que implique un aumento de empleo y de los salarios reales en el largo plazo. La baja productividad agregada es el resultado de una amplia dispersión de productividad entre personas, firmas y sectores. La primera es, en gran parte, un reflejo de la desigualdad en salud y educación, por lo que invertir en cantidad y calidad de salud y educación debe ser prioritario.
 
La segunda (entre firmas) es, en gran parte, un reflejo de las distorsiones que implica tener una economía informal grande. Formalizar el trabajo y a las empresas deberá ser prioritario. Para tener éxito en ese frente deberán reconsiderarse los esquemas impositivos al trabajo y a la actividad productiva y comercial, de manera que empresas pequeñas pero promisorias no se vean expulsadas del mercado una vez formalizadas.
 
La tercera (entre sectores) se debe,en gran parte, a los vaivenes del tipo de cambio real. Mientras se encuentra subvaluado, el valor agregado (y la productividad) en el sector transable suele ser alto y el del sector no transable, bajo. Lo contrario sucede cuando, como hoy, el tipo de cambio real se aprecia. Las ganancias de productividad de unos se dan contra pérdidas de productividad de otros. La creación destructiva de la que hablaba Joseph Schumpeter, cuyo resultado es el crecimiento y el desarrollo, resulta en nuestro país un juego de suma cero.
 
En lugar de políticas económicas que favorecen la productividad en un sector respecto a otro, para luego revertir las preferencias, debemos establecer políticas económicas que mejoren la productividad de todos los sectores simultáneamente: mejoras en infraestructura de todo tipo, desde autopistas, trenes y puertos, hasta energía y su distribución, cloacas y comunicaciones; el desarrollo de un sistema financiero profundo; el énfasis en el desarrollo científico, tecnológico y de innovación como base del desarrollo económico y social; el establecimiento de una política comercial externa de reglas claras y previsibles, y la construcción de un estado meritocrático, eficaz y eficiente que solucione problemas en cambio de generar rentas artificiales para grupos específicos.
 
En suma, se trata de crear un ambiente en el cual se puedan realizar las mil y una reducciones de costos de las que hablaba Arnold Harberger en su discurso de 1998.

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