Un 14 de noviembre, pero de 1909, el anarquista ucraniano de origen judío, Simón Radowitsky, asesina arrojándole una bomba al carruaje en que se movilizaba, al jefe de la Policía de la Capital Federal, Ramón Falcón, en repudio a la represión que había ordenado este en conmemoración del Día del Trabajador, el 1 de Mayo de ese año. También había protagonizado anteriormente otros episodios de represión, como la del 1 de Mayo de 1906, lanzando un cuerpo de 120 policías a caballo que procedieron a disparar contra civiles desarmados; o la de la Huelga de Inquilinos de 1907, cuando se encargó de desalojar familias obreras que se habían negado a acatar el aumento unilateral de los precios de los alquileres. En repudio a la falta de intervención del Gobierno, las familias protestaron en la calle con escobas, con la consigna “Barrer la injusticia”.
En el mes de julio, con la ayuda del cuerpo de bomberos de la Ciudad de Buenos Aires, que pese al crudo invierno arrojó mangueras de agua helada a los manifestantes, Falcón efectuó los masivos desalojos. La Federación Obrera de la República Argentina (FORA), de orientación anarquista, convocó para el 1 de Mayo de 1909 una manifestación que fue reprimida nuevamente por Falcón, dejando un saldo de 11 muertos y más de 100 heridos, muchos de los cuales fallecieron en los siguientes días, contabilizando más de 80 quienes perdieron la vida como consecuencia de la feroz represión.
Una huelga general y la decisión sindical de mantenerla hasta torcer la mano de Falcón, motivó una nueva represión que atacó a quienes acompañaban los féretros de los obreros asesinados hasta el cementerio de la Chacarita. También se clausuraron los locales del diario La Vanguardia, del socialismo; La Protesta, publicado por anarquistas; además de sedes sindicales de todo tipo. Estos acontecimientos pasaron a la historia con el nombre de Semana Roja.
Todo cambió el 14 de noviembre del mismo año, cuando a seis meses de la Semana Roja, mientras Falcón se trasladaba en un carruaje que lo había llevado al funeral de un policía, y acompañado por su secretario, Juan Alberto Lartigau, en la esquina de Quintana y Callao de la ciudad de Buenos Aires, Radowitsky, de tan solo 18 años y llegado de Rusia, arrojó una bomba de fabricación casera que terminó estallando en la entrepierna de Falcón, quien murió pocas horas más tarde. Como Radowitsky era, para la ley, menor de edad, no fue condenado a fusilamiento, pero no se salvó de serlo por tiempo indeterminado en la penitenciaria federal de la calle Las Heras, de donde se consideró que podría fugarse, siendo trasladado al presidio de Ushuaia.
En esta ciudad, aun estando en lo que fue considerado el Alcatraz argentino, intentó fugarse, siendo un episodio épico, pues al trabajar en el Taller de la Cárcel le era relativamente sencillo disfrazarse de guardia cárcel, lo que resultó exitoso ya que en horario de recambio y con nuevos efectivos del Presidio, pasó desapercibido. Estos hechos, registrados un 7 de noviembre de 1918, fue posible por el accionar conjunto de grupos anarquistas chilenos y argentinos, quienes habían planificado el escape hacia una isla con la suficiente cantidad de víveres y provisiones que le permitieran sobrevivir hasta tanto cese el alerta en búsqueda del asesino. Sin embargo, consideró que pasaría como uno más entre el montón en Punta Arenas, por lo que estando ya en la península Brunswick fue interceptado por la Armada chilena, que ante el aviso de fuga del anarquista interrogó a los miembros de la nave que sirvió de escape.
Poco antes había huido a nado, lo que no le sirvió de mucho, ya que uno de los tripulantes terminó confesando la ubicación del ucraniano, siendo devuelto dos semanas después a Ushuaia, cumpliendo un castigo consistente en el confinamiento solitario y alimentándose con sólo media ración diaria de comida. Para finalizar y considerando la cantidad de intentos de fuga del presidio de Ushuaia, no podemos obviar lo que constituye un capítulo un tanto jocoso, que es el que vincula al anarquista con un personaje mítico de la Ushuaia antigua.
En algún momento, según relata Arnoldo Canclini en la monumental obra conocida como Libro del Centenario, el pintoresco personaje de las australes, gélidas e intrincadas aguas del archipiélago que rodea a la Isla Grande Tierra del Fuego, Pascualín, tenido como “el último pirata” y uno de los conocedores de los canales, bahías y demás accidentes geográficos tan típicos como laberínticos de la geografía de la región, podría haber ayudado a concretar con éxito la fuga de Radowitsky. Empero, Pascualín, quien llevaba hombres a las islas Wollaston o de los Estados para cazar lobos cuyas pieles vendía aun estando ya prohibida, ante algunas jugadas sucias que le propinaban, “olvidaba” pasar a recogerlos por las islas, destinándolos a una muerte segura. Es por esto que “…el célebre anarquista, se negó a que lo dejara por un tiempo en un islote, cuando lo sacó de Ushuaia al fugarse, lo que le costó caer otra vez detenido” (P. 520).
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