El acto del 25 de mayo en la Plaza de Mayo en donde la única oradora fue la vicepresidente Cristina Fernández constituyó una puesta en escena surrealista en la que la negación y la hipocresía sobrevolaron. Con la presencia del ministro de Economía, Sergio Massa, que no logra dar en la tecla para bajar la inflación que está alcanzando niveles récord en tres décadas, sumiendo a la mitad de los argentinos en la pobreza y la indigencia; el escenario montado parece más característica de un grupo de delirantes que de gente que es parte de un Gobierno nacional que tiene mandato hasta el próximo 10 de diciembre y no parecen haberse enterado de semejante realidad.
Es paradójico que quien es titiritera del Gobierno nacional, dado que anunció en 2019 que no sólo no sería candidata a presidente sino que ungía como tal a Alberto Fernández, hoy no se haga cargo de sus decisiones y, además, conspire en contra de su propia gestión. Cuando planteó en su alocución frente a una cantidad de espectadores que se calcula no superó las cien mil personas, que el actual Gobierno es "infinitamente mejor" que lo que podría haber sido una gestión de Mauricio Macri, omite observar que Alberto Fernández es un presidente que no preside, que ha sido boicoteado por sus propios laderos y que el sector del kirchnerismo que lidera Cristina ha sido el principal interesado en obstaculizar y sembrar dudas sobre la capacidad de liderazgo.
La presencia en el escenario del gobernador de la provincia de Buenos Aires, Axel Kicillof, quien ha logrado el récord de no sufrir paros docentes gracias a un acuerdo con el dirigente sindical Roberto Baradel que está siendo cuestionado por las bases docentes por la falta de incrementos salariales acordes a la inflación más alta en décadas; de su hijo, Máximo Kirchner, quien ha impulsado un impuesto a las grandes fortunas que no solucionó los problemas de desigualdad agobiantes que atraviesan los argentinos; o el gremialista Hugo Yasky, uno de los tantos dirigentes que se olvidó de defender a los trabajadores para pasar a ser el lamebotas del gobierno empobrecedor; sólo suman visos de tragedia a un acto que podría ser una gran farsa de no tener las espeluznantes consecuencias por todos advertida.
El objetivo de Cristina ha sido, desde el primer momento, lograr esquivar decisiones judiciales que pudieran afectarla. Por eso la reforma judicial que ha propiciado -infructuosamente- estaba centrada en aquellos fueros abocados a los delitos de corrupción, en detrimento de aquellos que pudieran estar dedicados a la resolutividad de causas que afectan a la población. También los embates contra la Corte Suprema de Justicia de la Nación -una "rémora monárquica" en sus palabras-, han sido parte de ese plan desestabilizador de un Poder del Estado que le ha sido esquivo a partir de los últimos años siendo presidente -sobre todo después de la derrota de 2013 que catapultó, paradójicamente, a Massa-, y al que aún hoy no logra domesticar, pese a los inestimables favores que intenta obsequiarle el fiscal Guillermo Marijuán, que pidió el sobreseimiento de la vicepresidente en la causa conocida como "Ruta del dinero K".
No sería posible dejar de lado la falta de definición en torno a quien resulte ungido con la bendición real de Fernández de Kirchner de cara a los comicios presidenciales de octubre, previa medición en las Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (PASO) a celebrarse el 13 de agosto. Con un calendario electoral que determina que el 24 de junio cierra el plazo de presentación de candidaturas para las PASO, el Frente de Todos contra todos no logra definir si irán con candidato único o abrirán la competencia a varios postulantes. ¿Qué pensarán los votantes que eligieron a Alberto Fernández sólo porque Cristina lo pidió con la decisión que tome para la elección de 2023? ¿Nuevamente caerán en la trampa de obedecer ciegamente a una líder que no se presenta porque pierde? ¿O tendrán capacidad de raciocinio para ejercer sus derechos cívicos?