La expedición liderada por un ingeniero y un grupo de estudiantes universitarios que buscará llegar con buzos y robots hasta los restos del buque de pasajeros Monte Cervantes, hundido desde 1930 en el Canal Beagle, frente a las costas de Ushuaia, se concretará el próximo sábado de no mediar contratiempos técnicos o climáticos. El grupo de expertos buscará descender hasta donde se encuentra una parte del barco bautizado como el “Titanic argentino”, en una travesía que no tiene fines económicos, sino que persigue la exploración y documentación del patrimonio cultural de la zona.
El objetivo principal de la inmersión en las aguas heladas del canal Beagle es encontrar y filmar la “lámpara de navegación”, un artefacto “del tamaño de una heladera” que se utilizaba para que el barco pudiera ser divisado por otras naves en alta mar, aunque también se explorarán más restos del naufragio, según explicó Carlos Pane, el líder de la misión.
Pane es un ingeniero electrónico graduado en la Universidad Tecnológica Nacional (UTN) que luego de una trayectoria en empresas privadas se convirtió en investigador y docente de la Universidad Nacional de Tierra del Fuego (UNTDF).
En ese ámbito y como parte de un proyecto de emprendedores gestado desde el propio ámbito académico, formó junto a un grupo de sus alumnos la empresa Deepwater Engineering, dedicada a distintos proyectos de ingeniería aplicada, entre ellos algunos submarinos mediante la utilización de drones llamados ROV (Remote Operated Vehicle) según su sigla en inglés.
El grupo ya exploró en febrero de este año el naufragio del Vapor Sarmiento, un barco de carga y de pasajeros encallado frente a la Estancia Remolino, también en el Canal Beagle, desde 1912.
Ahora buscará este sábado llegar hasta donde se encuentran las cabinas del Monte Cervantes, a unos “35 o 40 metros de profundidad”, ya que el casco del barco se encuentra en otro sitio cercano, pero hundido a 140 metros.
“Tenemos todo preparado. Saldremos el sábado a la mañana desde el puerto de Ushuaia en un catamarán. La idea es llegar hasta el lugar y realizar el descenso en el término aproximado de tres horas”, contó Pane a Télam.
Los expedicionarios eligieron el mes de julio porque “es la época de menor actividad biológica en el agua y entonces la de mayor visibilidad. También porque suele haber menos viento. Todo eso compensa el hecho de que tendremos menos horas de luz solar”, detalló el ingeniero.
El referente de la expedición contó que en principio serán tres buzos expertos y seis personas que guiarán tres minisubmarinos y realizarán las tareas de georreferenciación.
La actividad también será apoyada por integrantes del Museo Marítimo de Ushuaia, la Prefectura Naval y la Armada Argentina.
“Nuestra idea es llegar a las cabinas y en otro momento descender hasta el casco del barco con un robot más grande”, comentó Pane.
Según el experto, la idea es “visibilizar el patrimonio histórico y cultural” de la zona, a la vez de “entusiasmar a nuevas generaciones y apasionarlas con historias sobre las que tal vez nunca habían escuchado. Es un legado necesario y muy importante”, evaluó el investigador.
El Monte Cervantes era un buque mixto de carga y pasajeros alemán botado el 25 de agosto de 1927 que unía Buenos Aires con Punta Arenas, en Chile, pasando por Puerto Madryn en Chubut.
El 22 de enero de 1930, después de una escala de 15 horas en Ushuaia, entonces habitada por 800 pobladores, zarpó desde la capital fueguina y al poco tiempo chocó contra un bajo fondo en el paso Les Eclaireurs.
El impacto generó una abertura que inundó las bodegas y los camarotes bajos, con lo que el barco se inclinó y empezó a hundirse.
El capitán Teodoro Dreyer logró maniobrar hasta unos islotes y allí la tripulación pudo bajar los botes salvavidas y proteger a los 1500 pasajeros.
Como en Ushuaia había entonces apenas una pensión con cuatro camas, los náufragos se repartieron en casas de familia y hasta en el histórico presidio que funcionaba en la ciudad, donde los presos decidieron donar la mitad de su ración de comida diaria para poder alimentarlos.
El capitán Dreyer fue la única víctima del suceso, aunque la forma en que murió sigue siendo un misterio: algunos dicen que regresó al barco y tuvo un accidente, mientras que otros sostienen que decidió hundirse con la embarcación, como reza la tradición naviera.
Otra historia que vincula al Monte Cervantes con Ushuaia es la del único rescate de la embarcación, intentado en 1954 por la empresa Salvamar.
Si bien se logró reflotar el buque, durante su remolque hasta la ciudad el casco se volvió a partir y se hundió de nuevo, aunque esta vez en un sitio más profundo donde nunca más pudo recuperarse.
Uno de los barcos que participó de esa maniobra fue el remolcador Saint Christopher que luego varó en la costa de Ushuaia y fue abandonado en el lugar en que se encuentra actualmente, donde con el paso del tiempo se convirtió en una de las postales clásicas del Fin del Mundo.