Un grupo de sobrevivientes de la dura batalla que debió librar la prensa argentina en el transcurso del último medio siglo de su historia, renueva su compromiso con la profesión que aman y sirven, como miembros de la Academia Nacional de Periodismo. La ocasión es, sin duda, propicia para meditar, ante la crisis que aflige al periodismo en el mundo, sobrecogido por la irrupción de los medios audiovisuales de comunicación que nos colocan ante el desafío de hablar con propiedad el nuevo lenguaje del sonido y la imagen.
El sortilegio de la letra impresa deberá sumarse a la seducción de la imagen audiovisual para lograr un mensaje unívoco, si no queremos sumarnos a la anarquía cultural en que hemos caído a consecuencia del divorcio de quienes oyen y miran frente a los que leen y piensan.
Esta profesión, a la que hemos llegado por vocación para ejercerla con pasión, nos otorga el privilegio y la responsabilidad consiguiente de llegar al público con nuestra palabra que adquiere un poder inmenso cuando la inspira el bien común.
Recordemos que, sin otro medio de comunicación que la palabra del sacerdote de la Iglesia de cada pueblo, el cristianismo dominó la Europa de su tiempo y promovió la empresa más conmovedora que se recuerde, llevando interminables caravanas a rescatar el Santo Sepulcro de manos de los infieles.
Los periodistas tenemos como única arma la palabra; no tenemos cañones, ni tanques ni aviones para imponer ideas ni alentar sentimientos, sólo disponemos de la palabra. Pero, a diferencia del sacerdote en el naciente cristianismo, disponemos del más fabuloso arsenal de comunicaciones que haya podido imaginar el hombre de hace menos de una centuria para difundir la palabra; así es como la prensa adquirió su extraordinario poder de este tiempo. Un interrogante debe entonces preocuparnos: ¿Usamos bien ese poder?
Para responder a esta pregunta, comencemos por distinguir entre el poder de la prensa y la prensa del poder. La prensa ha luchado desde sus orígenes por la libertad de expresión con éxito resonante en el mundo civilizado; no se concibe la sociedad moderna sin libertad de prensa. Nos hemos emancipado del poder político hasta convertir a la prensa en un poder en sí mismo, pero caímos, quizá sin advertirlo en la subordinación al poder económico.
Grandes concentraciones de capital instrumentaron poderosos grupos que explotan la empresa periodística como bien de renta, instalando gigantescos supermercados en los que se mezclan diarios, revistas, opúsculos, fascículos, libros, discos, videos y otros subproductos, en un verdadero festival de frivolidades culturales, sin otra preocupación que el marketing y sin otra finalidad que el lucro. Así es como cadenas de empresas periodísticas cruzan las fronteras y se expanden por el mundo; se compran y se venden los medios como negocios bursátiles, no por su importancia cultural al servicio de la sociedad, sino por su valor comercial al servicio de la especulación.
No adjudicaremos al periodismo la responsabilidad de la quiebra moral en la que nada tiene valor, todo tiene precio. Los slogans han sustituido a las ideas, los intereses a los ideales, el «qué» al «quién» y el «tener» al «ser».
Pero, si bien el periodismo no es responsable de la quiebra de la escala de valores que nos aflige, debe asumir el deber de luchar para restablecerla. Así como luchamos con ahínco por la libertad de prensa, luchemos ahora para rescatar su misión cómo faro orientador de las corrientes sociales que trazan los surcos profundos de la historia. Dentro de la prodigiosa revolución de la ciencia y de la técnica a que asistimos, el hombre se está acercando a un nuevo humanismo porque necesita hallar la respuesta a las grandes preguntas que lo atormentan.
El periodismo tendrá que estar al servicio de ese nuevo humanismo sin el agobio de la epistemología desvelada por el acceso a la verdad, pero con la decisión de subordinarse a las disciplinas normativas que lo habiliten como intérprete de cada día, para afrontar las complejidades del mundo contemporáneo. Para estar a la altura de su responsabilidad, el periodista necesitará tener el rigor de un científico y la pasión de un predicador.
Félix Hipólito Laíño
Fuente: Academia Argentina de Periodismo